Asuntos inconclusos

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 —Un día—dijo Anto—voy a ser un gran luchador. Venceré a todo quien se ponga en mi camino, y me conocerán como Anto el valiente.

Miraban las nubes, los cuatro tirados en el pasto de la casa de Cristina. Mozart era apenas un cachorro y se dedicaba a lamerle los pies a Tomás mientras que Cristina armaba una corona de flores para Melchor. Ya les había hecho a Anto y Tom, solo faltaba una para que todos fueran miembros oficiales de su corte imaginaria.

Los chicos dejaban que ella hiciese lo que quisiera. Si quería fingir que ella una princesa y ellos sus caballeros andantes, lo harían sin siquiera dudar. Al final y al cabo de cierta manera ella si era su princesa.

—Yo voy a ser un empresario muy rico y voy a inventar muchos robots monstruo.

Lanzó un par de puñetazos al aire e imaginó sus creaciones peleando unas contra otras, todas organizadas para destruir. Iba a ser épico.

—Yo seré un detective famoso como Sherlock Holmes y además una cartografista tan increíble que me llamarán de países exóticos para hacer los mapas de ciudades perdidas…

—Yo voy a casarme con Melchor—comentó Titi colocando la última flor en la corona—. Y después viajaré por el mundo descubriendo templos escondidos, y después seré veterinaria y salvaré muchos perritos, y después voy a hacer películas donde yo sea la heroína, y después voy a ayudar a la gente loca como papá, y después tendré hijos, y después…

—Cristina, no puedes hacer tantas cosas—le reclamó Tomás, quien se sentía celoso de que Titi hubiese escogido tantas cosas y el solo dos.

—¿Por qué?—preguntó la mocosa mientras le encajaba la corona a Chie—Mi papá siempre dice que puedo hacer todo lo que quiera.

—Nunca puedes hacer todo lo que quieras, porque el tiempo no es infinito, debes decidirte por una, máximo dos—replicó el pequeño, pensando en las escusas que sus padres siempre le ponían cuando les pedía jugar con ellos.

Cristina hizo un mohín y miró el cielo. No lograba decidirse entre todos sus sueños. Era injusto que solo pudiese escoger uno.

—En ese caso… me casaré con Melchor—Chie sonrió, le gustaba ser la primera opción de Cristina siempre—y seré la presidenta del país.

Anto comenzó a reírse. No le costaba nada imaginar a Titi como presidenta, si había una papel que le quedaba de maravilla era el de tirana. Pocas personas eran tan mandonas como ella… por suerte había encontrado tres buenos lacayos.

—¿Puedo ser tu guarda espaldas?—pregunto el mayor.

—Claro que sí. Tomás hará mi ejército con sus robots monstruos y Melchor los mapas de guerra ¡conquistaremos el mundo juntos! Todas las naciones nos temerán.

Rio con carcajadas malvadas, se las había aprendido a Sonia hacía unos días y le parecieron extremadamente entretenidas.

—Eso sería genial—saltó Tomás del suelo. Por poco pierde la corona—Nadie podría vencernos.

—Yo podría diseñar una base subterránea ¡Todo el país podría ser subterráneo!—Melchor también estaba emocionado. Casi podía ver una capital enterrada bajo la tierra.

—Yo entrenaría a los soldados, serían los más poderosos—se levantó dándole una patada al aire.

—¿Qué estamos esperando?—se quejó Chie—¡A la guarida!

Corrieron seguidos por Mozart. Atravesaron la cocina y no se detuvieron ni por los potes de helado que la madre de Cristina les había servido. Había demasiado que planear y tan poco tiempo.

Aprendices de SherlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora