—Realmente no entiendo porque mamá me obliga a hacer esto ¡Ni siquiera tienes amigos! ¿Para que quieres una casa en el árbol?—se quejó Gaspar por millonésima vez esa mañana mientras aserruchaba una madera.
Melchor lo miró con el ceño fruncido y la boca apretada.
—Nadie te obligó a venir—masculló mientras miraba los planos que había sacado del librero de su padre.
—Mamá me obligó a venir pulga. ¡Feh! A mi nadie me hizo una casa en el árbol, bueno, yo no era tan raro co…—un codazo certero en las costillas calló a Gaspar, quien se doblo de dolor. Miró de reojo a Felipe quien negó decepcionado con la cabeza para luego acercarse a Melchor.
Se puso en cuclillas junto a él y observó el plano atentamente. El pequeño no era muy agradado entre los otros chicos de su edad, básicamente porque se comportaba mucho mayor a lo que realmente era, odiaba tener que seguirle el juego a otros y le complicaba bastante quedarse callado, aun así a Felipe le parecía bastante cruel que se lo recordaran.
—¿Empiezas el preescolar este año?—preguntó amable como siempre, le agradaba mucho Melchor a pesar de que el tenía catorce y el niño solo cinco.
—Sí—respondió el aludido sin prestar mucha atención.
—Bueno, podrás hacer muchos amigos.
—No me interesa hacer amigos, estoy bien solo.
—Nadie está bien solo—le replicó el mayor sabiendo las consecuencias que acarreaba llevarle la contraria al pequeño Valencia.
—Yo sí. Las otras personas me estorban.
—Pero… todo Sherlock necesita su Watson—argumentó recordando fortuitamente la pasión que el chiquillo profesaba hacia aquel libro—como yo y tu hermano.
—Watson es solo un recurso literario para hacer el libro comercial. Solo está ahí para que Sherlock tenga a quien decirle lo que está pensando… Igual que Wilson en el naufrago, una película sobre un tipo en una isla que no dice nada por dos horas sería extremadamente aburrida.
—¿Recurso literario comercial?—preguntó anonadado, o Melchor definitivamente no era normal o los chicos de cinco años habían madurado demasiado desde la época que él tuvo cinco.
—Sí, el libro sin Watson se justifica de todas maneras…
—Se justifica… Claro… voy por más clavos—levantó su cuerpo para acercarse a Gaspar quien seguía tratando de aserruchar el madero.
—Gaspar…—susurró Felipe acercándose a escasos centímetros de distancia.
—Lo se, Melchor no es normal…—susurró de vuelta.
—Sí pero…
—Lo se, parece de cinco pero habla como si tuviera cuarenta. Es mi hermano Felipe, lo conozco desde que nació y nunca ha sido como los demás niños.
—¿Asperger?
—No lo se, siempre le digo a mamá y papá que lo lleven donde Marambio, el psicólogo, el papa de Gloria y Sonia, pero ya sabes como es mi padre, pone el grito en el cielo ¡Ninguno de mis hijos visitará un loquero! Y mi madre, que nunca le lleva la contraria, insiste que Chie es completamente normal para su edad. En mi opinión Melchor necesita una consulta psiquiátrica urgente.
Ambos miraron al pequeño de reojo, sus manos se movían rápidas sobre el plano, sacando cálculos y tirando líneas cual arquitecto graduado. Luego de un momento se levanto veloz hasta su hermano y puso el plano frente a sus ojos.
—Mira Gaspar, si ponemos esta madera así la casa quedará mas firme—ambos muchachos se acercaron para analizar el diagrama en profundidad sin entender lo que ahí se leía, lo normal sería decirle que bueno, palmearle la cabeza y seguir con su trabajo, pero tratándose de Melchor, y su insistencia infinita, era preferible darse un tiempo para dimensionar de que estaba hablando.
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Aprendices de Sherlock
Teen FictionHubo una época en que Melchor, Cristina, Tomás y Antonio fueron buenos amigos, que digo buenos, los mejores amigos, pero crecieron sin poder evitarlo y antes de que lo notaran ya no se conocían. ¿Es prudente juntar sus caminos nuevamente o todo ter...