Ilegible

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Los tres muchachos se hallaron completamente atrapados. El pequeño cobertizo donde guardaban el equipo de deportes no les ofrecía ningún escondite y la puerta por la que hacía solo unos segundos habían entrado ahora se veía bloqueada por los enormes cuerpos de los chicos de primer año quienes con sonrisas socarronas se deleitaban de la imagen desprotegida de Melchor, Tomás y Antonio.

—Pero que tenemos aquí, parece que a la pequeña rata se le acabaron los escondrijos ¿Últimas palabra Valencia?

Melchor arrugó la nariz pensativo, él estaba acostumbrado a los palizas pero le preocupaban enormemente tanto Tomás como Antonio. Ellos no tenían idea de lo que era una mejilla morada ni un tobillo esguinzado y probablemente no deseaban saberlo. Había tomado malas decisiones, correr a esconderse en el patio de los grandes había sido la más mala. Buscó, entre los utensilios a mano, algo que pudiese servir como arma para contraatacar, ellos tenían cinco años y sus matones seis, pero como de pequeños un año de diferencia es mucho en cuestiones de masa muscular, un arma les hubiese sido bastante útil. Divisó una escoba al costado izquierdo de la habitación y corrió en su búsqueda, pero fue interceptado por el más alto de los tres chicos de primer año, quien lo empujó logrando que Melchor cayera de cola al suelo.

Tomás corrió a auxiliarlo. Mientras que Antonio se interponía entre los grandes y el mal herido chico. Era el más grande del preescolar y podía compararse a un chico mayor—técnicamente debería estar en primer año—, pero no podía hacerle frente a tres de ellos.

Subió los puños como su padre le había enseñado y esperó el primer golpe. No tardó en llegar y lo resistió bastante bien pero al tratar de defenderse fue atacado por otro flanco. Cayó de bruces al suelo luego del tercer impacto, propinado por el líder de los otros muchachos.

Tomás corrió a auxiliarlo también, estaban completamente perdidos, nada los sacaría de esta.

Todo comenzó unos pocos días después del inicio del preescolar, aquellos muchachos quisieron jugar con ellos y ellos se negaron, desde ahí todo fue motivo de riña, en las cuales el cerebro ofensivo de Melchor, los puños de Antonio y la lengua rápida de Tomás siempre salían victoriosos. O casi siempre.

—Tu hermano no podrá auxiliarte esta vez Valencia, supe que esta estudiando en otra ciudad… Hoy te arrepentirás de llamarme sin cerebro.

Los tres bajaron la cabeza dispuestos a recibir los golpes, habían planeado mal y ahora era el momento de asumir las consecuencias.

—Pero mi hermano sí—la voz de una chica hizo voltear a los tres matones, justo en el umbral de la entrada la silueta pequeña de Titi se dibujaba a contra luz.

—¿Qué quieres mocosa?

Ella solo encogió los hombros despreocupada tratando de transmitir calma.

—Solo digo que si los golpean mi hermano los golpeara a ustedes.

Todos se miraron confundidos, Melchor alzó una ceja y la observó estupefacto. Cristina no tenía hermanos, solo hermanas, lo sabía bien, eran vecinos. Aun así las palabras de la chica sonaron tan convincentes que se terminó cuestionando la existencia de aquel hermano.

—¡Tú no tienes hermanos!—grito el más alto y fuerte de los tres abusivos— ¡Solo hermanas!

—Claro que tengo un hermano, se llama Diego y es tan grande que va a la universidad… llegó ayer y si se entera que estuvieron molestándome o a mis amigos no dudará en quitarles los dientes—sonrío con malicia y suficiencia cruzándose de brazos y apoyando el cuerpo en el marco.

Los tres se miraron asustados, ninguno había escuchado el nombre de Diego Marambio pero eran tan niños que no podían evitar dudar de sus conocimientos, si era mentira lo que la chica le decía no habrían consecuencias, pero sí era verdad… preferían no enterarse.

Aprendices de SherlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora