Que la ignorancia te haga feliz

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El frío se caló en los huesos de Felipe, la noche le pareció más oscura y la calles más desoladas. Se llevó las manos a la boca y con su aliento intentó calentarlas un poco. El vaho se le escapó por entre los dedos y subió al cielo solitario, para luego desaparecer.

No estaba solo, pero sus acompañantes en la calle Esperanza estaban completamente idos, y más que compañía eran cuerpos vacíos moviéndose por inercia. Se fijó en una chica recostada a la mitad de la calzada, según Gaspar era una conocida suya, una tal Emilia Riquelme, se reía sin parar, se revolcaba en el suelo, removía la tierra con sus manos y la lanzaba hacia el firmamento, algo de ella caía sobre su cuerpo, otro poco sobre su pelo, dentro de su boca y hasta en los ojos, ella ni se inmutaba, seguía riéndose y riéndose.

Sintió pena ¿Cómo podía Gaspar venderle drogas a estos pobres seres? ¿Cómo podía dormir luego de hacerlo?

Sonrió con lástima ¿No era eso lo que haría de ahora en adelante, venderle droga a pobres diablos? No era mejor que Gaspar, no era mejor que esa chica tirada en el suelo, era otra pobre alma en desgracia, otro patético intento de ser humano.

Se agachó para ayudarla a levantarse, ella se asió y acurrucó su cara en el cuello de él.

—Hago maravillas por un poco de dinero—le susurró Emilia en el oído—si me alcanza para una dosis haré lo que me pidas.

La mujer se tambaleaba de una lado para otro, lo único que la mantenía en pie eran sus brazos enroscados en Felipe, quien no podía sentir más pena por ella.

La abrazó con fuerza y le prometió una noche de pasión, quizás de esa forma podía evitar que se tirara a cualquier tipo, aunque fuera solo por una noche. No tenía idea de porque quería ayudarla pero no pudo evitarlo, la vio tan frágil, tan solitaria, casi como él.

De la casa verde salió Gaspar en su típico vestuario de pandillero, con la capucha cubriéndole la cara, los pantalones rotos y las manos dentro de los bolsillos. Miró a los alrededores con atención, calculando cada movimiento.

Gaspar siempre había tenido el porte para las cosas malas, desde pequeño supo cómo manejar a los demás a su antojo, era inteligente y encantador, muy educado pero con un sentido de la ética bastante trastocado a sus gustos, si hubiese podido seguir sus estudios hubiera sido alguien importante, un hombre de negocios como su padre o quizás el dueño de alguna pequeña pero rentable empresa. Nada de eso ocurrió y en vez de que su futuro fuese brillante, terminó oculto bajo una capucha sospechado de todos quienes se le acercaban.

Luego de revisar las cercanías se acercó a Felipe sin levantar el rostro, lo tomó del brazo con fuerza y un poco de rabia y le habló al oído.

—¿Estás seguro de esto? No es un juego de niños Felps—él asintió con seriedad, lo había pensado miles de veces las últimas semanas. Estas eran medidas desesperadas para una persona desesperada.

—Necesito el dinero Gasp, mi madre ha empeorado y si no cancelo la deuda con el hospital la mandaran de vuelta a casa.

Gaspar sopesó las palabras de su mejor amigo, conocía lo suficiente el mundo del contrabando como para saber que una vez que entras es imposible que salgas vivo.

—He conseguido otra dosis Gaspar—chilló Emilia colgando del cuello de Felipe—este caballero será tan amble de cancelarla para mí a cambio de un trato justo—ella lo besó en la mejilla mientras que su amigo lo miraba con desconcierto.

—Creo que eso va a ser difícil, no eres su tipo, a menos que te haya salido algo entre las piernas Emi—Gaspar rio ante la situación, Felipe con una mujer era algo que nunca antes había visto y que probablemente nunca vería.

Aprendices de SherlockDonde viven las historias. Descúbrelo ahora