CAPÍTULO 1| ESPERA ¿QUÉ?

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CAPÍTULO 1

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ESPERA ¿QUÉ?

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—¿Cómo? —Pregunté estupefacta.

A ver. Rebobinemos.

Esta mañana me había despertado como cualquier otra. Con el pelo hecho un desastre, la camiseta de tirantes que usaba para dormir y un humor de perros. Todo iba bien, hasta que llegaron ellos. Los obreros. Me dijeron que tendrían que cambiar todas las vigas de mi apartamento, porque estas estaban podridas y la dueña, como buena amargada que era, no me dejó el piso de arriba que estaba vacío, sino que planeaba que arreglaran el piso estando yo dentro. Claro, para que muriera aplastada por el techo. Pero eso no era lo peor, si no, que ahora no podía usar para nada el baño. ¿Y yo dónde haría pis? Porque me rehusaba a usar un orinal, y no hablemos que no podría ducharme hasta dentro de dos meses.

Así que está mañana, después de que los obreros me explicarán todo, la dueña me llamó por teléfono, diciéndome que la única solución que tenía, era que viviera con el vecino del tercero. Claro, vieja amargada, todo por no perder dinero.

Miré mi teléfono con el ceño fruncido. La maldita me había colgado.

—Sentimos mucho las molestias, señorita —dijo uno de los obreros con notable incomodidad. Metió la mano en sus vaqueros y sacó dos llaves—. Gertrudis me ha dado las llaves del tercero para que se las diese.

Por supuesto que se llamaba Gertrudis. Su nombre iba acorde a su personalidad. Era una norma no escrita, que todas las personas que se llamaran Gertrudis tenían que ser malvadas.

—¿Señorita? —volvió a preguntar el obrero al ver que me quedaba mirando las llaves—. ¿Se encuentra bien?

—Si, sí, sí, claro.

Por supuesto que no. Ahora tendría que vivir con un completo desconocido. A saber, si era un viejo verde. O peor aún ¿Y si era un depravado? Si fuera así, no dudaría ni un segundo en irme a vivir bajo un puente.

El obrero se rascó la cabeza incómodo y nervioso. Seguro que esperaba que me pusiera a gritar como una loca. Pero ni en broma haría eso, ellos no tenían nada de culpa.

—¿Y cuando tengo que irme? — Pregunté después de coger las llaves.

—Ahora mismo —contestó el segundo obrero que había estado callado todo este tiempo. El obrero número uno le lanzó una mirada como si estuviera diciendo "ten más delicadeza". El obrero número dos retrocedió un paso y obrero número uno me miró con una pequeña sonrisa.

—Agradeceríamos que se fuera ahora mismo.

Miré a mi alrededor.

¿Ahora mismo? ¿Qué planeaban? ¿Qué subiera todas mis pertenencias yo sola?

—Por sus cosas no se preocupe. Le ayudaremos a subir todas sus pertenencias. Pero me temo que los muebles deberán quedarse aquí. Pero tranquila. Seguro que el vecino le ayudará en todo lo necesario.

Eso espero.

—De acuerdo. Gracias —contesté con una sonrisa tensa.

Lo siguiente que hice, fue empacar las cosas necesarias para subsistir en una maleta y en cajas que me habían dejado los obreros. ¿Qué es lo que metí dentro? Pues mi ropa, claro está. Algunos libros, porque sin ellos no podría vivir, mi portátil y, por último, pero no menos importante, empaqué a Henry. ¿Qué quién era Henry? Pues mi juguete sexual con vibrador incluido y, sobre todo, lo más importante, era silencioso. Porque claro está, que, aunque me fuera a vivir a otra casa, a mí nadie me quitaba los domingos de orgasmo. Eso era sagrado. Una vez todo estuvo en cajas o en mi maleta, el obrero número uno subió mis pertenencias muy amablemente, mientras que el obrero número dos lo hizo a regañadientes.

Viviendo con ViktorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora