54. | Infierno

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Capítulo 54.

Meredith

Luces, rayos de sol se filtran atravesando los gigantescos ventanales. El cristal que se extiende en una pared entera, las persianas blancas que dejan entrar la luz de la mañana.

Horas, un dia entero, entre sedantes, agujas y mi tormenta interna.

No quiero ver a nadie, no quiero hablar con nadie, estoy harta de esto.

Mis doctores vienen a revisar me cada dos horas. Enfermeras, pasantes.

El tiempo corre extremadamente lento y a la vez rápido aquí.

Se que él está aquí... pero no puedo verlo, quiero, anhelo la calidez de sus brazos y el poder creer que después de esto, ya todo estará bien.

Pero no será así.

Ya no será así.

Los Horan estaban aquí de igual forma, me visitan pero siempre repito lo mismo a las enfermeras que se encargan de mi caso.

No quiero visitas.

Nisiquiera puedo mirar a la cara a mi madre.

A ma única que quiero aquí es a mi hija, quiero ver a mi bebé, quiero que esté conmigo pero hasta ahora no es posible.

Sé que ella está bien, Lewis me lo dijo, le darán en alta en unas horas y ella podrá venir un momento.

En cambio yo no puedo nisiquiera levantarme de esta jodida cama.

El dolor en mi pierna cesó, con medicamentos, el de mi clavícula no tanto.

El que se instala en mi pecho... sigue latente como la primera vez que escuché esas palabras por la misma voz de Lapham.

¿Qué es esto?

¿Cómo llegamos hasta este punto?

A este pozo sin fondo que se llena de a poco conmigo dentro.

Me consume.

No me he movido de esta posición en horas.

Desperté durante la madrugada.

Son casi las once de la mañana.

Niall insiste en verme pero lo declino.

No puedo, ¿Cómo podría?

No tengo el valor de mirarlo a la cara.

Jamás se lo dije.

¿Cómo llegar ahora y decirle... que perdí un hijo suyo... uno del que nisiquiera tenía idea?

No es como decirle a tu madre que te pase la sal durante la cena.

Mi pecho duele y entre la bruma de mi soledad, vuelvo a desencadenar la cascada de lágrimas que no me abandonan.

Las horas siguientes son lo mismo.

La enfermera comienza a traer alimentos sólidos para mi pero nada me pasa.

No quiero nada que no sea estar sola.

Que me dejen en paz.

Detener un rato el mundo y hundirme en mi maldita miseria.

Lloro una y otra vez, repitiendo el mismo cassette que termina con mis fuerzas. Me duele la cabeza de tanto llorar, me duele el pecho, me duele todo.

La enfermera ya nisiquiera dice nada al respecto.

Sabe que ni las mil charlas motivacionales dejarán de causar ese sentimiento de vacío que me taladra por dentro.

Horas y horas hasta que la puerta se abre y por fin, veo a mi pequeña correr hacia la cama con una pulsera que la identifica como paciente del hospital en la muñeca izquierda. Alec la acompaña.

𝐑𝐄𝐌𝐄𝐌𝐁𝐄𝐑  |njh| ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora