EXTRA | Las hormonas de Meredith.

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Noviembre 15, 2019.

Meredith

—... vale, no. No me gusta, no tiene simetría.

Niall se pellizca el puente de la nariz implorando por paciencia, sé que me ama y es por eso que lleva casi una hora intentando acomodar los cuatros de la habitación de los bebés hasta que a mi me parezcan adecuados.

—¿Estás segura que son necesario? porque, mi amor, nisiquiera sabemos el género de cada uno.

—Son neutros. —muerdo mi nuez con chocolate mientras acaricio mi pancita placidamente sentada en la cómoda mecedora—. Dan armonía.

—Son cuadros, Mer. ¿Qué armonía pueden dar?

—Mucha. Perturbas mi armonía al no ponerlos simétricamente, cielo.

Exhala y vuelve a lo suyo.

Me río. —Lindo trasero.

—Oh, estarás ahí viéndome el trasero mientras yo instalo tu armonía. —sonrío.

—Efectivamente.

—¿Y si lo dejamos para mañana? Te lo juro, nena, estoy cansado.

Me compadezco de él y acepto, extendiendo mi mano para que la alcance. Suspira complacido y yo me pongo de pié, de modo que él se siente en la mecedora y yo sobre sus piernas.
Lleno de besitos su rostro entero y le doy arrumacos queriendo afecto como una gatita mimosa en la que me he convertido.

—¿Me amas? —pregunto con el rostro escondido entre el hueco de su cuello.

—Ay no...

Sí, sí y sí.

Lo sé.

Cuando hago este tipo de preguntas significa que me pondré melosa, ya me conozco. Y él tiene que aguantarme.

—Dímelo, ¿me amas?

—Claro que te amo. —levanta mi rostro y me besa—. Los amo. —reitera acariciando la bomba nuclear que tengo por vientre.

A una semana de los nueve meses, estoy que voy a reventar. Hinchadisima, cansada hasta más no poder, con hambre y sueño todo el maldito tiempo y lo que me faltaba. Llorona.

—Extraño trabajar. —me quejo—. Las niñas van al colegio y a las clases vespertinas, tu te vas y yo me quedo solita, aburrida y deprimida. Es deprimente, necesito trabajar.

—Lo que tu necesitas es descansar. —sujeta mi rostro y vuelve a besarme—. Te dejamos mucho tiempo sola, eso es verdad. Prometo que ya no será así, corazón. —asegura—. Tengo una plaza de paternidad, así que aquí me tendrás como tu chicle personal. —sonrío complacida.

—¿Mi chicle quiere darme besos? —asiente en cuanto rodeo su cuello con mis brazos.

—Muchos.

Devora mis labios de forma ligera, lenta pero sensual. Estoy tan hormonal que apenas el simple roce de sus manos sobre mis piernas logra causar un revoloteo estridente en mi bajo vientre. ¿Es posible humedecer las bragas tan rápido?

Nuestro beso sube de tono a medida que nuestras respiraciones se tornan pesadas. Mi mano dominante va a parar hasta su abdomen y posteriormente, su entrepierna, pero entonces me detiene, ocasionando que me queje.

—No, no. —me cruzo de brazos.

—¿No entiendes que lo NECESITO, amorcito? —se ríe. Está duro, así que es un ganar ganar.

—Así como yo también. Pero ya no es posible, cariño.

Acuno sus mejillas y rozo sus labios con los míos.

𝐑𝐄𝐌𝐄𝐌𝐁𝐄𝐑  |njh| ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora