3. Determinación

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Alex

La pista de carreras está llena de ruido para cuando llego.

Mi equipo está en formación en uno de los palcos. Un grupo largo y complejo de reporteros me ciega con sus cámaras, preguntándome varias cosas al mismo tiempo pero los ignoro y voy directo al espacio que hay para nuestro equipo.

Si tengo un buen tiempo en esta carrera de calificación, puedo avanzar y asegurarme un buen lugar. Entonces, en la carrera de mañana tengo la posibilidad de ganar. Así que enfoco toda mi concentración en eso.

He tenido un buen promedio en las últimas carreras, lo que me ha llevado a estar considerado en el puesto número cinco del mundo. Por supuesto, como aficionado al deporte y competidor directo, quiero ser más y debo exigirme más.

Esa es la razón por la que estoy concentrado en este momento.

Mi mente es de ganador.

Mis compañeros me miran al llegar y los saludo con la cabeza en silencio. Tengo la camiseta patrocinadora y una gorra que hace que mi cabello se pegue a mi frente.

Ahora mismo, soy consciente de que todas las miradas están puestas en mí, pero no me siento nervioso. Recuerdo las palabras que mi padre dice antes de cada carrera: «Puedes llegar a casa con una derrota, pero siempre serás un ganador». Me doy ánimos en silencio.

Dean, el jefe del equipo, se acerca y me palmea la espalda.

— ¿Cómo estás, Alex? —pregunta y me pasa una botella de agua—. Tienes que mantenerte hidratado. ¿Dormiste bien?

Destapo la botella de agua y le doy un sorbo.

Asiento, siempre duermo mejor cuando mi mente se calma.

La calma tiene que ver con las risas que provienen de las historias locas de mi mejor amiga Luna.

Probablemente la gran pregunta sea: ¿cómo es que un piloto de la formula 1 terminó siendo el mejor amigo de una escritora de romance para chicas? Y digo yo, porque fue absolutamente mi honor el conocer a una persona tan brillante. Solo que jamás se lo diría en voz alta porque se quedaría burlándose por tres semanas seguidas.

La historia se remonta a una época desastrosa de mi niñez. Mi papá nos abandonó cuando yo había cumplido los seis años. Entonces, mi hermana menor estaba recién nacida y mamá tuvo que hacerse cargo de todo. Entre la escuela y cuidar a mi hermana menor como trabajo a medio tiempo, tuve que hacerme adulto desde niño.

Cerca de nuestro apartamento había una pista de karts y lo único que callaba mi enojo constante era la pista y el sonido de los vehículos, pero no podía permitirme el lujo de hacer carreras porque no teníamos dinero. Entonces, fue cuando conocí a la bondad echa persona, con sus dos colitas color chocolate, sus tiernas pecas esparcidas por la cara y aquellos ojos marrones mirándome fijamente.

Luna Hill me dijo su nombre y me preguntó si quería correr. Me regaló sus boletas e hizo que me suba a mi primer kart. Y desde entonces, nunca pude parar de correr. Trataba de ahorrar todo el dinero del almuerzo, ayudaba a recoger basura y limpiaba los autos de los vecinos con seis años con el fin de poder ir a la pista.

Y los días en los que no podía permitírmelo, Luna siempre lo pagaba para mí. Y me dije que cuando fuera mayor, a aquella niña le daría el cielo. Así que estuve pegado a ella durante todos los veranos de mi niñez.

Todos mis miedos y mis enojos se apagaban con dos cosas: mis manos sobre el volante corriendo a toda velocidad y las ocurrencias de la pequeña Luna.

— ¿Estás listo, Alex? —pregunta Dean.

Me termino de colocar el uniforme y lo miro por fuera de la máscara. Asiento con la cabeza y me coloco el casco.

No hablo mucho.

De hecho, con la única persona en el mundo con la que hablo más de lo que me permito con los demás (a veces siento que demasiado) es con Luna. Es un problema, soy consciente.

Dean se coloca el casco y prueba el sonido conmigo.

— Escucho fuerte y claro —respondo.

Entro en el auto y de repente me siento como un niño de siete años de nuevo que se ha montado en su primer kart y su mejor amiga en el mundo le sonríe desde lejos. La adrenalina sube y solo me digo que si acabo esto rápido, pronto estaré en casa y esa sensación que me oprime el pecho se irá.

— Bien, Alex, treinta segundos.

Los mecánicos se alejan de la pista y toman sus posiciones. Me permito mirar a los demás autos, algunos tienen más dinero y patrocinio. Recuerdo que esto es lo que amo y recuerdo las palabras de papá. Soy un ganador, repito en mi mente.

La carrera comienza y acelero.

Fue cuando cumplí los trece que mi madre conoció a mi padrastro. Fue un aliento fresco de verano. El hombre se hizo cargo de ser mi padre durante los momentos más difíciles de mi vida y me apoyó en mis sueños de ser piloto. Me llevó a competir y pagó por cada una mis prácticas. Le pregunté que como le iba a pagar todo lo que hacia por nosotros y simplemente me dijo que si podía hacerle el honor de llamarlo papá.

— Tienes seis segundos por encima de Martin, Alex —me dice Dean—. Solo estas a tres segundos de diferencia de Lucas y Dinei.

Zigzagueo en la curva, lo suficiente para que Martin no pueda pasarme.

Quiero vencer el tiempo de Lucas o de Dinei, así que presiono las teclas y el motor responde con fuerza.

Consigo pasar la línea con tres segundos por encima de Lucas.

— Excelente tiempo, Alex. Empezarás la carrera de segundo. —El vitoreo de mi equipo se escucha. Llego a los pistones y salgo del vehículo mientras todo el equipo rompe en felicitaciones por conseguir algo tan importante como comenzar de segundo.

Les doy las gracias tranquilamente con una leve sonrisa y les recuerdo que guardemos las emociones para el día siguiente.

La adrenalina aun corre por mi pecho en cuanto siento unos brazos alrededor de mí.

— ¡Felicidades! —me dice mi hermana chillando fuerte en el oído.

Mi mamá se acerca con una sonrisa en la cara. Le sonrío de vuelta y me sostiene entre sus brazos.

— Estuviste genial ahí afuera. Pero me matas de los nervios. —Una sonrisa nerviosa se asoma a través de sus labios.

— ¿De verdad vio la calificación? —le pregunto a papá que se acerca con una botella de agua.

Hasta entonces, no me doy cuenta de que estoy acalorado.

Me bebo el agua de un tirón y papá se ríe con fuerza.

— Pudo abrir los ojos para cuando cruzaste la línea.

Me rio.

Veo a mi familia. Todos están sonrientes y gastando bromas.

Estoy sintiendo que algo me hace falta.

No profundizo en el pensamiento y salgo a darle la cara a los reporteros.

La pareja perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora