35. Sin sentido

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Luna

Mi corazón aún bombea fuertemente en el pecho viendo el éxito de Alex en la televisión.

Aún no creo que presencié su primer lugar en F1 desde la pantalla de mi sala. Estoy tan triste que quiero comenzar a llorar.

Mi hermano y mi padre celebran la victoria con una cerveza en la mano temprano esa mañana. Mamá parece que estuviera a punto de vomitar. La entiendo, mi corazón bombea sangre fuertemente.

Y la mirada perdida de Alex me mata.

Está como un niño asustado y temeroso. Estoy consciente de que es feliz porque ha ganado pero no le gusta ser el centro de atención. O tal vez aún se siente culpable de que ya no somos amigos. Así que sus movimientos son torpes y descuidados.

Oh Dios mío.

Creo que no me quedan más uñas. Las perdí durante la carrera. En especial, cuando vi que Alex casi perdía el control en una curva. Lo juro que si se accidentaba...

¿A quién engaño? Iba a morirme de preocupación. Probablemente me daría un ataque cardiaco.

Se acaba la celebración y un reportero parece encontrarlo de nuevo.

— ¿Qué harás para celebrar la victoria, Alexander?

Sus ojos reflejan añoranza, como si hubiera esperado la pregunta.

— Iré a casa con mi familia.

Detrás de él, Duncan lo mira como si estuviera loco.

— ¿Qué harás tú, Duncan? —pregunta el reportero.

— Convencer a este fenómeno de celebrar propiamente. —Golpea a Alex en el pecho y se ríe.

Alex se disculpa y se retira. La cámara lo enfoca y lo veo alejarse hacia su familia.

Dos minutos después, el timbre de mi celular suena. Es Alex. Ahogo la respiración.

Mi mamá me mira como si no creyera en que no voy a contestar.

Mi corazón suena retumbante en el pecho.

Con manos temblorosas, tomo la llamada.

— ¿Viste eso? —pregunta. Su voz suena ronca y expectante, incluso nerviosa.

Me quedo en silencio.

— Puedes estar enojada conmigo, Luna, pero sé que no te perderás una carrera. ¿Lo viste? —Su voz suena como si estuviera a punto de llorar.

Me aclaro la garganta.

— Lo vi. —Mi voz se vuelve un hilo.

— Lo siento, Luna.

Su voz está llena de añoranza como si de verdad quisiera transmitirme cuanto lo siente.

Me quedo en silencio contra el teléfono. Estoy a punto de llorar aquí en la sala, así que me levanto y me voy a la cocina.

Un coro de risas se escucha a lo lejos molestando a Alexander. El chico hace lo posible por callarlos.

— Luna, lo siento. De verdad lo siento. —Continúa en voz baja.

Trago en seco.

— Sé que lo sientes y yo también lo siento Alexander, pero no puedo perdonarte. No puedo olvidar como has entendido lo que debo sentir aun cuando no lo siento. —Alexander da un suspiro en el teléfono.

— Luna, te quiero en la manera en que me quieras.

— Alex, ya yo no sé ni como te quiero.

El silencio es lo único que se escucha del otro lado.

— Espero que eso sea algo bueno. —Su voz suena lastimera y torturada.

— Me temo que no lo es.

Alexander luego dice que tomará un vuelo en la madrugada de Francia y que mañana en la tarde podemos hablar, que debemos hablar, después de que duerma para acostumbrar su cuerpo a la diferencia de horario.

Lo escucho, hace lo posible para durar más tiempo en el teléfono, pero no puede. La algarabía a su alrededor no le permite seguir. Dice que me extraña y luego cierra el teléfono.

Mi mamá me observa en silencio desde el sofá.

Sé lo que dice con los ojos.

Me paro y voy a mi habitación. Me siento frente al ordenador y abro una hoja en blanco.

Los sentimientos son como el lienzo en blanco, difíciles de distinguir a menos de que los conviertas en arte.

Estoy empezando a entender demasiado el conflicto interno que tiene mi protagonista al confesarle los sentimientos al coprotagonista.

Eso me aterra.

Me aterra demasiado.

Al menos, puedo sentarme y no analizarlo mientras me pierdo en los altibajos de la nueva pareja que estoy escribiendo. Siento que estoy volcando demasiado de mí misma en esta nueva novela.

Haré uso de lo que estoy sintiendo en ese preciso momento y seguiré avanzando.

La pareja perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora