31. Olvidar

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Luna

Laureen me llama la mañana del jueves para preguntarme sobre la historia de Elliot y Brooke. Decido mentirle y fingir que aún no he podido terminarla. La realidad es que debería tenerla en proceso de edición, pero no puedo dejar de escribir la historia que me ha comido la mente en todos estos días.

Laureen me dice que no está contenta y estoy a riesgo de perder la firma, pero le explico que ella me ha dado tres meses y sólo va mes y medio. Aún quedan un mes y medio más. Le prometo que se la entregaré cuando esté terminada.

Max me envía un mensaje de texto y me dice que las evaluaciones salieron bien. Solo falta un patrocinio de un equipo.

Le envío emoticones de felicitaciones porque la realidad es que estoy feliz por él y me pregunta que si le gustaría que saliéramos esa noche.

No hemos salido solos.

Siempre Amanda está con nosotros, así que me pregunto si es una buena idea pensar en eso.

Aún estoy pensando mi respuesta cuando me deslizo en la conversación de Alex. La foto de la Torre Eiffel aún sigue ahí sin contestar. Parece tan lejana que me pregunto si lo he soñado, pero la prueba la estoy viendo con mis ojos.

Extraño a Alex tanto que duele físicamente. Quiero desearle suerte en su carrera de prueba, pero sé que eso solo avivaría la esperanza.

Le contesto a Max que me encantaría.

Bloqueo la pantalla del celular y me concentro en las palabras que estoy escribiendo: Alex y yo somos distintos. Tiendo a sobre pensar las cosas pero Alex no le tiene miedo a nada. No tiene miedo a lanzarse en sus decisiones y a salir herido. Mientras yo siempre debo seguir un método para evitar un corazón roto. Así que ¿qué hago?

Muevo mi cabeza de un lado al otro. No puedo estar hablando de Alex. Cambio el nombre de mi protagonista y prefiero colocarle Jack.

Esta nueva historia tiene demasiado de mí misma.

Max me pasa a buscar puntual. No se baja del vehículo, solo toca el claxon y no abre la puerta del auto para mi ni espera que me suba para colocar la radio a un volumen muy alto. De todas formas, ¿qué clase de música es esta? Es una mezcla de techno extraña la que escucho en su auto. Daría lo que fuera por escuchar One Direction.

Max —digo por encima del bullicio cuando ya no aguanto más—. ¿Puedes cambiar la música?

Me da una mirada extraña y baja el volumen, aunque no lo suficiente para que yo no tenga que elevar la voz.

— ¿Qué te gusta escuchar? —me pregunta.

— ¿Tienes One Direction?

Arruga la nariz en un gesto despectivo.

— Eso es música de niñas. ¿No te gusta algo más de adultos?

Oh.

Me sonrojo.

— Bueno, ¿tienes a Taylor Swift?

Max me mira con ironía. Mis mejillas arden con vergüenza. Quizás...

— ¿Wonderwall de Oasis? Es una excelente canción y...

— Es aburrida y es muy vieja. Escucha esto, tienes que educar tu oído musical. —Sube el volumen de la radio y la fusión tecno me hace daño en los oídos.

Finjo una sonrisa.

Max no me pregunta qué quiero comer. Y es mejor así porque no sabría que elegir. Me lleva a un restaurante sofisticado a la orilla del Seaport. Unas semanas antes recuerdo que estaba en ese mismo lugar comiendo hamburguesas con Alex, Amanda y Michael.

El corazón me arde.

Max me saca de mis pensamientos cuando coloca una mano encima de la mía en la mesa. Veo los yates a lo lejos iluminar el mar. La escena parece salida de una película romántica y sin embargo en todo lo que pienso es que daría lo que sea para volver a reír en una de las mesas de picnic frente a los carritos se hamburguesas.

— Me gustas mucho, Luna —dice Max avergonzado—. Eres absolutamente delicada y muy hermosa.

Alex tal vez alabaría mi inteligencia o me diría que soy deslumbrante o maravillosa. No diría que soy hermosa, porque creo que tengo muchas cualidades más que esa.

¿Por qué sigo comparando a Alex con este hombre tan maravilloso? Sus palabras deberían ser un bálsamo.

Finjo una sonrisa.

— Gracias, Max. Tú eres maravilloso también.

Él sonríe.

Al final de la noche, cuando me deja en casa, se inclina sobre mí y deposita un beso sobre mis labios. Y a pesar de que pienso que sus labios son suaves, no siento nada más.

Y le ruego a Dios por sentir algo, porque necesito olvidarme de los besos de Alexander.

La pareja perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora