45. Concentración

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Alex

La entrevista me había dejado aturdido, así que el hecho de que tuve un promedio de doce segundos menos en la última carrera de prueba es más comprensible esta vez.

Tanto Dean como Eduardo están echando chispas. Y empiezan a preguntarle a Vincent, el jefe de los mecánicos, si hay alguna falla en el auto. Luego de repasar una y otra vez las analíticas del auto, se dan cuenta de que no aceleré lo suficiente en las últimas tres vueltas.

— ¿Qué estás haciendo, King? ¿Quieres perder hoy? —me grita Dean.

Sale echo una furia por las puertas con dirección a las oficinas técnicas.

Eduardo, más sensato, me agarra la cara con sus dos manos.

— Tienes que concentrarte hoy en la carrera de colocación. Un buen lugar te asegurará una buena carrera. No puedes estar distraído.

Asiento.

La verdad es que no puedo dejar de pensar en si la dedicatoria de Luna ha sido para mi. Y si no fue para mi, entonces fue para Max.

Me pregunto si aún sigue con Max. Si solo sigue viéndome como amigo. Si todos estos esfuerzos no han valido la pena y debo hacerme la idea de ya ir olvidándola. Me siento vulnerable.

Maldición.

— De acuerdo.

Doy la vuelta y Eduardo da la cara por mí a los reporteros. Me pierdo en los vestidores y trato de controlar mi respiración.

Estoy distraído y eso puede ser tan peligroso como para tener un accidente. Y no me puedo permitir un accidente cuando estoy tan cerca de Luna. Porque si tengo un accidente y Luna me ve, no sé qué pasaría.

— ¿Está todo bien, Alex? —La voz de papá llena los espacios.

Le doy una mirada, pero no respondo.

Me coloca una mano en el hombro y siento que empiezo a respirar de nuevo.

— No importa cuál sea tu resultado, Alex. —Menciona una única parte de la frase.

— Soy un ganador. —Susurro.

Me siento de repente triste.

— Si no lo crees, Alex, no surte el efecto adecuado.

— No lo estoy disfrutando. No hoy al menos.

Papá parpadea y se queda en silencio.

Me quito el cobertor de la cabeza y los rizos se me pegan a la frente, los aparto con la palma de la mano. Estoy sudando.

— ¿Por qué no estás disfrutándolo?

No quiero decirle.

— ¿Has visto a Luna? —pregunto.

Su mirada brilla con ternura.

No he extrañado nunca a mi padre biológico porque este hombre no me ha hecho sentir nunca la falta de un padre.

— No la he visto, pero sé que está aquí. ¿Es eso lo que te pasa? ¿No estás disfrutando porque Luna y tú están disgustados?

Sus palabras me golpean el costado.

— Disgustados suena una pequeñez.

Los ojos de papá brillan con humor.

— Alex, es una pequeñez y vas a resolverlo. Por el momento, no creo que Luna haya viajado desde Boston para verte perder, ¿cierto?

Me mira con picardía y yo sonrío. Muevo mi cabeza de un lado a otro.

— Entonces, demuéstrale que ha valido la pena.

Me rio y le doy un abrazo. Papá me palmea la espalda con fuerza y me anima a salir de nuevo.

Contesto las preguntas de los reporteros una a una. Trato de sonreír cuando se refieren a la pregunta de la reportera en la mañana y lo dejo pasar.

A las tres de la tarde cuando las cinco luces se han apagado, mi corazón continúa agitado.

Acelero con fuerza durante las vueltas que doy en la carrera de colocación. Apago mi mente y dejo que mi memoria muscular me guíe.

Un buen corredor es capaz de cerrar los ojos y guiarse solamente con el sonido al cruzar las curvas. Puedo hacer eso sin problema, por el tiempo que paso escuchando.

Mi pista favorita es la de Mónaco. Es una pista llena de curvas especialmente difíciles a altura considerable. Así que cuando mi mente está concentrada en el sonido de los neumáticos, es muy fácil seguir el orden lógico.

Cuando llego a los pistones y anuncian mi número en la carrera de colocación, todos vitorean. Es la primera vez que saldré como número uno.

Veo a los fanáticos contra la cerca y de repente mi corazón se detiene. Porque reconocería ese cabello chocolate donde sea, cuando sea y cómo sea. Y esa sonrisa que se ilumina como el sol.

Y entonces, tan rápido como la veo, dejo de verla.

La pareja perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora