37. Corazón

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Luna

Me muerdo el labio con fuerza.

Han pasado cinco días y aún estoy mirando las flores, casi marchitas, dentro de un jarrón en mi escritorio. Aún tiemblo al pensar que Alex llegó esa noche a mi casa y me encontró con Max. Si bien es cierto que Alex y yo no somos nada y nunca hemos sido, me sentí como si lo traicionara.

Aún puedo recordar su mirada perdida al verme. Y la vergüenza en sus ojos cuando le entregó las flores a mi mamá.

Mi corazón aún palpita con frenesí en mi pecho al recordar la manera en que se fue y que no hice nada para detenerlo aunque me moría por correr a sus brazos y sostenerlo. Pero entonces, ¿qué?

Las llaves de mi auto cuelgan del dedo y me pregunto si es buena idea que vaya a verlo. Le he escrito varios mensajes y ninguno los ha respondido. Y ya no puedo vivir con la incertidumbre. Puedo vivir con el hecho de que Alex y yo no nos hablamos, pero no puedo vivir con el hecho de que me odie. No sin hacer nada.

Así que antes de que lo piense demasiado, ya estoy aparcando en la entrada de la casa de Alex. No llevo nada más que la ropa que tengo puesta y el corazón en mis manos.

Alyssa es quien me abre la puerta y me mira con el ceño fruncido.

— ¿Qué haces aquí? —Su voz es resentida.

— Técnicamente soy tu hermana mayor, así que no puedes odiarme tú también.

— Alex es mi hermano biológico y tú eres demasiado tonta para creer que no puedo odiarte.

Suspiro.

— Necesito hablar con él.

— ¿Para romperle el corazón de nuevo? No gracias.

Alyssa me da una mirada cargada de enojo.

— No sabes cuáles fueron las circunstancias de lo que pasó.

Alyssa suspira y utiliza toda su obstinación adolescente.

— Te voy a decir algo, Luna. Y lo hago porque te adoro desde que tengo uso de razón —me señala con el dedo—. Ahí afuera hay un montón de chicos que probablemente sean más guapos, más talentosos, con más dinero que Alexander. Pero tú solo tienes un Alexander, uno solo, único e irrepetible. Y tú amas a ese Alexander y él te ama a ti. Así que deja de ser tan idiota como para no darte cuenta de eso.

Retrocedo con sus palabras. Casi doy un traspié.

— Yo no... yo...

Me quedo muda.

— ¿Qué estás esperando Luna? ¿Que Alexander encuentre a una mujer a la que quiera aunque sea la mitad de lo que te quiere a ti para darte cuenta que lo has amado toda la vida?

Mi corazón baja al estómago.

— Ali, tus intenciones son buenas pero Alex y yo somos amigos.

— ¡Eres tan ciega, Luna! Para ser una mujer que escribe y se desvive por historias románticas, no reconoces la tuya propia aunque la tengas en tus narices.

Sus palabras me roban el aliento.

No quiero ya discutir con Alyssa, siento que tengo poco tiempo y ya he perdido demasiado.

Mi corazón arde en el pecho.

— ¿Dónde está Alexander?

Alyssa me fulmina con la mirada.

— Está en su habitación —murmura a regañadientes.

Entro a la casa con los oídos latiéndome como un zumbido y paso a la habitación de Alex sin tocar la puerta. Tiene los ojos cerrados con los audífonos puestos sobre su cama. Ni siquiera siente que acabo de llegar.

Tararea la canción Wonderwall.

El físico de Alex siempre me ha llamado la atención. Sus abdominales definidos y sus pectorales marcados son todo lo que uno quisiera ver en un hombre y ahora, verlo encima de la cama después de ese beso que compartimos, es más de lo que uno puede desear.

Coloco una mano en su pierna y Alex abre los ojos. Me mira con confusión por un segundo y luego su mirada es reemplazada por la más absoluta ternura. Mi corazón se detiene.

¿Por qué casi creo que me ama? ¿Será cierto? ¿Y si es solo un capricho producto de un simple beso? ¿Qué hago con mi corazón cuando se haga pedazos?

— Alex. —Consigo decir.

Él se quita los audífonos y se sienta en la cama. Coloca sus manos en sus muslos como si no confiara lo suficiente en dejarlas sueltas.

— Alex, necesitamos hablar. No respondes mis mensajes y yo solo... Necesito hablar contigo.

Me mira a los ojos y esta vez es indiferencia lo que reflejan sus ojos.

— Yo creo que ya todo está dicho, Luna. Tú tenías razón: no me amas y debo aceptarlo. Me iré a Mónaco.

Intenta pararse y luego se detiene.

¿A Mónaco? El corazón está taladrandome el pecho.

— ¿Para siempre? —Mi voz se vuelve un hilo de voz.

Alex me da una mirada y luego la quita rápidamente.

— Pasaré una temporada con Duncan hasta final del mes próximo y después de la carrera de Mónaco probablemente me quede viviendo allá.

— ¿Te irás de Boston solo porque estás molesto conmigo?

— Luna, la razón por la que me he quedado en Boston ha sido solo por ti.

Jadeo.

— No puedes irte, Alexander.

Los ojos de Alex brillan, un atisbo de esperanza en ellos.

— ¿Por qué quieres que me quede entonces, Luna Hill?

Alex se queda quieto sobre la cama. Mi respiración es agitada.

— ¿Por qué? —pregunta nuevamente.

— Alex, eres mi mejor amigo. —Mi voz se vuelve un susurro. Mis ojos están llenos de lágrimas.

Alex me da una mirada cargada de dolor y luego voltea la vista hacia la pared.

Se aclara la garganta.

— Entonces entenderás, Luna, que como mejor amiga debes siempre querer lo mejor para tu mejor amigo. Y lo mejor ahora mismo es que me vaya a Mónaco.

Siento una lágrima caliente rodar por mi mejilla.

— Me estás rompiendo el corazón, Alexander.

Alex me mira, sus ojos brillan con lágrimas que no derrama.

— Tú me lo rompiste primero, Luna.

La pareja perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora