30. Perdedor

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Alex

Me quedo mirando la pantalla del teléfono por si algo ha cambiado en las últimas dos horas, pero todo parece ser igual.

No estoy durmiendo bien y nada tiene que ver con la diferencia de horario.

— ¿Hiciste lo que te dije? Ninguna mujer se resiste a una fotografía de la Torre Eiffel, excepto si le envías una foto de tu paquete. Eso podría ayudar. —Duncan me pasa una cerveza.

Le doy una mirada cargada de advertencia.

Estamos en la azotea del hotel con vista a la Torre Eiffel y sin embargo no veo nada de belleza en lo que me rodea.

— Lo hice y tengo ganas de lanzar el celular desde este piso. ¿Crees que aún tenga esperanzas?

Miro hacia abajo.

La azotea está en un piso once.

— Si te refieres a esperanzas de destrozarlo por completo, hay bastantes probabilidades.

Le doy un sorbo a la cerveza.

— Creo que la perdí de verdad, Henry. —Mi voz me sorprende a mi mismo.

— Eres medio imbécil, Alexander. En todo el tiempo que hemos tenido de amistad, no has aprendido a conquistar a ninguna mujer.

— No he tenido la necesidad.

— Por eso eres medio marica.

Abro la boca para decir algo y luego la cierro de golpe. La realidad es que he sido un completo imbécil y no tengo manera de refutar eso.

— Puedes recuperarla cuando llegues a Boston.

— ¿Y si no lo logro?

— Tienes que intentarlo porque de lo contrario, si antes te decían «El enigma de la fórmula 1», ahora te llamarán el muerto en vida. —Hace comillas con sus dedos.

— ¿Sabes que no eres gracioso y no estás ayudando en nada?

— Mi trabajo definitivamente nunca será ayudarte —cruza los pies arriba de la baranda y se relaja en la silla—. Me gusta burlarme de ti. Es mi trabajo a tiempo completo. Lo demás es solo un hobby.

Le doy otro sorbo a la cerveza y lo fulmino con la mirada.

— Eres el peor de los amigos.

— Me gusta el título —sonríe con malicia—. Para mejor amiga, tenías a Luna, pero tus intentos de follartela fueron muy ambiciosos.

— Deja de usar esa palabra. —Le advierto.

Duncan se ríe.

— No sé por qué te molesta tanto que hable de eso.

— No me molesta que hables de eso. Me molesta que te refieras a Luna.

— Lo tienes mal, hermano.

— ¿Lo crees?

— Yo no creo que nunca he sentido amor por alguien, pero el día en que lo vaya a sentir, me gustaría que sea algo como lo que sientes por Luna.

Doy una sonrisa de medio lado.

— ¿Y ahora quien suena como una florecita?

Duncan me golpea en el estómago. Me arqueo por el dolor y le doy una mirada de muerte.

— ¿Vas a dejarme lisiado para poder ganarme en el Prix?

— Debería al menos intentarlo.

Se ríe.

— Mañana tenemos carrera de prácticas —anuncia luego de unos segundos—. Debemos ir a dormir. Solo por hacerte compañía hasta las tres de la mañana, deberías dejarme ganar en el Prix.

Duncan coloca una sonrisa angelical. Ruedo los ojos.

— Una cosa es que seamos amigos fuera de la pista y otra rivales muy profundos dentro de ella. —Le contesto.

Me levanto de la silla con la cerveza en la mano. Duncan me hace reír explicándome las miles de maneras en que podría fingir que mi carro se averió y me explica los beneficios que tendría si lo dejo ganar. Escucho su charlatanería pero ambos sabemos que ninguno va a dejar ganar al otro, es lo divertido de que compitamos como rivales.

A las siete de la mañana del día siguiente, estoy en pie. A pesar de que he dormido menos de cuatro horas, me siento descansado.

Al menos, no tuve sueños que involucran a Luna. Sin embargo, la sensación de vacío me sube desde mi espina dorsal y quiero quedarme en la cama para fingir que nada de lo exterior me alcanza.

Me siento desolado.

Tomo el celular que descansa en la mesa de noche.

Reviso los mensajes solo para comprobar lo que de antemano ya sé.

Luna no va a responderme.

Suspiro y vuelvo a caer en la cama.

La pareja perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora