41. Ganar

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Alex

El libro de Luna está sobre mi estante de noche. La portada es una bonita fotografía animada de dos muñecos dándose la mano.

Sin embargo, lo que tiene mi corazón en ascuas es la dedicatoria «Al corredor de Karts que más he querido en la vida. Esto es para ti». Mi corazón está palpitando fuertemente en el pecho porque no quiero sentir esperanza.

Es decir, Max también es un corredor de Karts así que perfectamente podría ser por él.

— ¿En qué diablos piensas? —Duncan me arroja un dardo en la cabeza.

— La dedicatoria.

Rueda los ojos y resopla.

— Vamos a tener un mes aquí y aún sigues pensando en Luna, no has follado con ninguna otra mujer y ahora vas a leer un libro romántico. No me sorprendería que de momento pidas estar con un hombre.

Le doy una mirada demoníaca.

— No todo el mundo arregla los problemas como tú, Henry. Algunos interiorizamos y decidimos estar tranquilos.

— He decidido traerte al mundo del pecado, pero ya está, me rindo. No se puede volver a doblar el palo.

Tomo el libro entre mis manos y paso un dedo por encima de la dedicatoria. Es ambigua totalmente.

Podría ser para Max.

— ¿Me estás escuchando? —Esta vez uno de los dardos me pega en la frente.

Le doy una mirada.

— ¿Qué quieres que escuche, Duncan?

— Lo que digo es que si hubiera sido yo en tu lugar, el primer día después de haberme ido de Boston hubiera hecho una orgía.

Le doy una mirada de advertencia.

— Te recuerdo que lo intentaste.

— Y como el maricón que eres, te negaste. —Duncan suspira—. Mira, tengo una idea de cómo podrías demostrarle a Luna por última vez que estás totalmente metido hasta el apellido por ella. Y si no funciona luego de eso, debes prometerme que te darás por vencido Alexander. Totalmente.

— ¿Sabes que nunca podría hacerlo?

— Pero lo estás haciendo ahora y está funcionando.

Evito decirle las ganas que tengo de escribirle para felicitarla por su libro y preguntarle acerca de la portada.

— No está funcionando. —Admito.

Duncan resopla.

— Mira, hermano, yo no soy psicólogo pero tú estás más loco que el engendro del demonio.

Arqueo una ceja con curiosidad.

— ¿De qué estás hablando?

— La prima de Luna, la amiga, lo que sea.

Duncan rueda los ojos.

Sus manos se mueven nerviosas.

— ¿Amanda?

Asiente con una expresión de molestia.

— Esa. El engendro del demonio.

Me rio.

— ¿Qué con ella Duncan? Nunca recuerdas ni el color de cabello de una mujer un día después de haber estado con ella y solo tuviste una interacción con Amanda en mi cumpleaños. No sexual. Una desastrosa interacción.

— Es una mujer insoportable, claro que la recordaré. —Me rio.

— Creo que tienes herido el ego porque una mujer te rechazó.

Duncan masculla una maldición y me rio. Abro el libro de Luna y me recuesto contra el espaldar.

— Si no te molesta, empezaré a leer.

— Subiré una publicación tuya en Instagram.

— ¿Con el libro de Luna en las manos?

— Claro. Es publicidad gratis.

Me rio.

— Y también es una manera de que ella pueda hablarme nuevamente.

— ¿De verdad tienes la esperanza, Alexander?

Levanto la vista del libro y la poso en Duncan que me observa con curiosidad.

— Nunca la he perdido. Ni un solo segundo.

— Entonces, ¿por qué te fuiste?

Doy una sonrisa de medio lado.

— Para haber compartido conmigo tanto tiempo, pareces no conocer de mujeres, hermano.

Duncan me arroja un cojín desde el sofá que esquivo.

— ¿De qué diablos hablas, King? —Me llama por el apellido.

Sonrío.

— Nunca he estado separado de Luna. Incluso cuando hemos discutido, trato de hacer cosas para ella. Esta vez Luna no ha sabido de mí, más que cuando le envíe esa horrible fotografía de la Torre Eiffel. Luna me va a extrañar. No solo porque necesita chocar contra una pared para por fin admitir sus sentimientos, sino porque todo a su alrededor le va a recordar a mí.

Duncan se queda pasmado, luego sonríe.

— Sabes cómo jugar, King.

Me acomodo para leer el libro.

— Nunca dije que no lo sabía —oculto una sonrisa—. Algunos nacen para anotar puntos, otros nacen para ganar. Yo, querido amigo, he nacido para ganar. No importa el tiempo que eso me cueste. Y créeme, siempre soy paciente cuando se trata del amor de mi vida. Me tomó mucho tiempo darme cuenta de lo que sentía, pero cuando por fin lo supe, no importa lo que me tome, estoy determinado a pasar el resto de mi vida con ella.

— Entonces, escúchame.

La pareja perfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora