Tres

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¿En qué se había metido? No sabía para que se le necesita y aún así decidió irse con ese hombre. A simple vista parecía un acto estúpido, ignorando todos los peligros que ha visto y que le han advertido a lo largo de su vida. Esa frase "no te vayas con extraños" o "nunca hables con extraños" ¿A dónde se habían ido esas enseñanzas? Ni ella lo sabía, en esos momentos su sentido de la lógica y la razón estaban ciegos y sordos. Ninguno quería dar marcha a su trabajo el cuál es razonar ante una situación, pero había algo que hacia que no le pudiera decir que no a ese sujeto que invadió su casa como si de un sitio público y libre para el ingreso de cualquier sujeto entrara a voluntad se tratara.

En eso no influye la inocencia, es una cosa distinta ser inocente a ser estúpido. En esos momentos se sentía como una completa estúpida, no existe otra palabra para describir el sentimiento mejor que esa. Sabía bien que hay gente que puede manipular la razón dándole vueltas y giros para que se pierda y actúe la ingenuidad, que no es nada más y nada menos que la sustitución de la razón.

Allí estaba sentada en el borde de la cama con sus piernas abrazadas y el mentón posado en sus rodillas. Miraba un punto fijo en la pared grande y blanca que estaba frente a ella. Su mirada buscaba algo entre la inmensidad de la misma como si fuera el acertijo más grande al que se ha enfrentado un filósofo o un pensador. Se levantó bruscamente y se dirigió a tomar una de las almohadas que estaban sobre esa cama, sin dejar de mirarla por un segundo, se la llevó y se sentó en el piso con la espalda reclinada en aquella cama.

Tomó esa almohada entre sus delgados brazos y la abrazo como si de un peluche se tratara, allí poso su rostro inclinado hacia la derecha y así seguía mirando esa pared.

En esa posición se quedó durante unas dos horas alrededor y así se hubiera quedado durante más tiempo, sino fuera por el sonido que hizo esa puerta pesada al abrirse. De allí vio la figura de Daishinkan entrando a ese lugar.

-Señorita Seijun... - la llamó para que le prestará atención - ¿Ocurre algo? - preguntó luego de notar que la muchacha estaba perdida en sus misteriosos pensamientos. Ella volteó tras despertar por completo de su laguna meditativa. Esa mirada tenía desconcierto y desorientación, como si se tratara de cuando despiertas y no sabes dónde estás por el simple hecho de que por un instante lo haz olvidado.

-Es tan grande - comentó Seijun y sonrió con un poco misteriosa - pero está en blanco sin ningún color.

-¿A qué se refiere? - preguntó Daishinkan sin saber a lo que Seijun se refería.

-Resuelva eso usted - le habló con con un tono perdido en la meditación de un pensamiento oculto de su lógica.

"Resuelva eso usted" ¿eso le dijo? ¿Como se atreve a hablarle así?. Nadie, nadie le había dicho ese tipo de cosas antes. Esa frase le pareció salida de la boca del atrevimiento y la insolencia misma ¿Que no sabía que trataba con Daishinkan?.

Esa frase, esa simple frase lo dejo ahogado en el mar del desconcierto y perdido en el bosque de los pensamientos. ¿A que se refería con "Es tan grande, pero está en blanco. Sin ningún color"? y otra pregunta llegó tan rápido que el golpe que causó al estrellarse con su razonamiento no le dió ni una, ni una insípida respuesta. Que tonto sería, pero el pensar mortal es muy distinto al divino. Los mortales siempre buscando la respuesta de todo y hasta se han perdido buscándola y los dioses no la buscan, gracias a qué tienen las respuestas a los misterios más recónditos de el universo, tanto que los mortales les parecen unos simples animales que quieren siempre igualarlos y fracasan en un torpe e insípido intento. Un mortal nunca le mueve las entrañas del sentimiento a un dios, pero sin embargo, los dioses son motivo de adoración y culto de los mortales, hay mucha diferencia y poca en realidad.

Débil CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora