Alternativo -10: No quiero saber nada de tí.

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Al desaparecer, una brisa suave se propagó por sobre el verde césped hasta llegar a dónde Seijun estaba. Aunque tenue, tuvo la fuerza para darle la bofetada a su corazón y hacerlo reaccionar. Sus labios temblaban, una punzada atacó a su corazón con rabia y sin piedad. Se quedó no más de cinco minutos parada en la entrada, en el mismo lugar desde donde vió a Daishinkan partir. Tal vez tenía la esperanza de que volviera. Se dió la vuelta y dispuso a entrar a la casa.

El olor a bebé la recibió para derribarla. A dónde mirara estaba algo de él, su ropa diminuta, sus mantas y... El pequeño muñequito con el que fugaba no más de un par de horas atrás.

Caminó hasta donde estaba, sobre el sofá. Se sentó en este y tomó el juguete entre su manos, lo llevó contra su pecho y sin más, lloró, lloró como jamás lo había sentido en su pecho. Le ardía, le quemaba. Se tiró sobre su costado y llevó sus rodillas contra su pecho y se desbordó como si una barricada en su interior rompiera su fuerte estructura.

Él era cruel, él no tenía piedad... Él la... Engañó. Así lo sentía. Usada, un objeto, un deseo que sació como lo quiso otro. Tuvo de su cuerpo, tuvo el fruto de sus entrañas y luego se fue diciendo que no podía darle explicaciones. ¡Que tonta! ¿Quien iba a querer estar con ella si no era por algún beneficio? Daishinkan tuvo lo que quería y marchó sin dudar un segundo. De seguro tenis planeado. Poco más de un año, suficiente tiempo para cogerle cariño, mucho afecto y el amor más grande que nunca sintió, todo se lo dedicó a él. Jamás se quita a un pequeño de los brazos de su madre, y el tuvo el valor, la osadía y la frialdad para hacerlo. Rió con burla hacia ella misma entre lágrimas amargas. Claro que podía, era Daishinkan, era el ángel en más altura en la jerarquía, si se le antojaba hacia su voluntad. Y la hizo con ella. Así como una vez tuvo que hacer la voluntad de los reyes.

Para Daishinkan las cosas no eran fáciles tampoco. Allí estaba, con un pequeño ángel entre sus brazos, esperando a que los reyes del todo dijeran lo que tenían por decirle.

Cómo fue duro verla a ella así, dejarla sola, arrancarle de sus brazos a su bebé solo por qué no podía oír una ley. Sabía que sucedería, sabía cómo manejarlo, pero el dolor que le iba a causar, ese si no lo podía evitar y manejar. Era lo más real entre la situación.

-Conoces las consecuencias de un ángel entre mortales, no debiste dejarlo con ella -le decía uno mirándolo con el temple serio, sin expresión alguna.

-Si. Eso no está bien y merece su castigo -indicó el otro.

-Lo que sus exelencias dicten como sentencia, sufriré -dijo esperando su sentencia arrodillado ante los reyes, con la cabeza agachada admitiendo la equivocación.

Ambos Zen Oh Sama se miraron, entre susurros y murmullos intercambiaban ideas, mientras Daishinkan deseaba, anhelaba que todo fuera a acorde a lo planeado. De pronto el silencio se apoderó de la sala, sus miradas se fijaron en él. Tragó grueso. Solo esperaba dictaminarán su castigo en su brevedad y acabar con esos minutos de tortura. Tenis una casi infinita paciencia, pero en esa ocasión demostraba ese límite que lo hacía querer acabar con todo como si no hubiera un mañana.

-No lo verás en mucho tiempo ¿Si? -señaló uno- Es muy serio que un mortal tenga a su poder a un ángel, por eso no verás a tu bebé cómo castigo ¿Si? -dictaminó al fin.

Si, le dolía oír eso, pero otra parte de él brincaba de alegría en su interior. Daishinkan sabía lo que hacía y no se equivocaba.

-Tampoco puedes ver a la mujer mortal en su planeta. Es tu otro castigo, Gran Sacerdote -sentenció el otro.

Ese detalle no se lo esperaba, si lo pensó alguna vez, pero no llegó a contemplarlo como posibilidad más directa. De todas formas, se lo merecía por jugar con la ley. Ya resolvería. En primera instancia estaría el largo plazo a la felicidad.

Débil CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora