-No por mucho -contestó Daishinkan con media sonrisa adornando su rostro- No será de manera perenne.
-Puedes hacer cualquier cosa, Daishinkan -se sentó y lo miró de manera suplicante- Puedes detener todo -le suplicó.
Oír eso provocó en Daishinkan un escalofrío, eran esas palabras. Se equivocaba, no podía hacer cualquier cosa. Tenía gran poder, tenía un gran lugar en la jerarquía divina, pero habían cosas que simplemente estaban fuera de sus manos, por ejemplo las órdenes de Zen Oh Sama. Si o si debía cumplir.
-Seijun -le colocó las manos sobre sus hombros- No puedo hacer cualquier cosa. Eso lo sabes. Hay cosas que los mortales deciden y los angeles no debemos interferir.
-Lo sé, pero es tu hijo, debe haber leyes en tu mundo y la ley que lo protejan -tomó a Daishinkan por las muñecas, pero no para apartarlo.
Claro que habían. Una de ellas la involucraban directamente a ella como a los demás con malas intenciones. No, ella no era mala, pero esa ley era directa a todo mortal sea cuál sea su intención. Poder no podían tener en las razas divinas, en la raza angelical.
Daishinkan liberó un suspiro, se acercó y besó su frente delicadamente, mientras sostenía su cabeza.
-Dale su tiempo. De igual manera, no están desprotegidos -a penas y separó sus labios para dedicarle esas palabras- ¿Puedes tener un poco de paciencia?
-Si... -murmuró Seijun.
A veces sentía que no lo comprendía, es que no había manera. Ambos veían las cosas desde dos perspectivas muy distantes, tanto como un abismo de distancia entre ambos. El veía todo como era, su neutralidad se lo permitía. Podía ver las dos caras de la moneda y deducir quién tenis razón en el mundo, pero sin interferir, eso no estaba en sus manos. Mientras que ella veía las cosas desde la mirada simple, la mortal e inocente. Tenía la bendición de tener esa inocencia que al principio existía y pretendían los dioses de los humanos, pero se volvieron corruptos de corazón. Seijun era el espécimen que se mantuvo intacto entre tantos otros. Talvez algo de eso atraía al corazón de Daishinkan.
Si, sabía que estaba muy bien protegida, pero el resto no. Su miedo ahora circulaba en que quienes estuvieran cerca pagarían con su vida por tener a su bebé. Gran ejemplo era lo sucedido ese día, decenas de personas perdieron su vida por esos ataques. Decenas de personas con familia, con hijos que los esperaban y necesitaban, así como ella tenía al pequeño suyo entre sus brazos y los necesitaban a ambos, tanto Seijun como Daishinkan. Ellos no pudieron mantener sus vidas.
Un par de meses después, Vesper estaba un poco más grande, podía sostener su cabeza y sentarse, muy torpemente, pero se sentaba con ayuda.
Estaba Daishinkan con Vesper en sus brazos, jugando con aquel muñequito de trapo con características lobo. Una de las manitos del muñeco en su boca, chupándola como si fuera su chupete, Daishinkan a veces se lo sacaba de la boca, pero este insistía en eso, logrando dibujar una mueca de desagrado en su padre al ver que no lograba hacer que se detuviera.
-Es un mal hábito, pequeño -le dijo intentando quitar el muñeco de su boca por décimo quinta vez. En respuesta solo recibió un puchero y amenazó con llorar, logrando que su padre cediera de nuevo. Resignado lo dejó.
-Es pequeño, déjalo -intervino Seijun.
-Lo sé, pero hay detalles que si no se corrigen al momento en el que surgen, terminan convirtiéndose en hábitos. Malos hábitos diría yo -dijo viendo como su pequeño hijo se metía de nuevo eso a la boca muy alegre.
-Pero lo disfruta mucho, es muy pequeño como para entender que es algo malo -decretó Seijun colocando una taza de té sobre la mesa para Daishinkan.
-La diferencia entre lo bueno y lo malo no lo sabrán de pequeños, pero si sabrán lo que sus padres le enseñen de primera instancia -comentó Daishinkan luego de pasarle el bebé a Seijun, para llevar la taza a sus labios.
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Débil Corazón
FanfictionUna chica humilde pero de puro corazón, en un planeta lleno de vicios y lujuria. Donde menos sé lo esperaba allí la encontró Daishinkan, un pequeño trato lo llevará a descubrir que los mortales no son como el pensaba. Amor, él no comprendía el signi...