Alternativo -20: Eterna.

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Vesper no podía más, cerró sus ojos para dejarse vencer, no quería, pero en mente tenía que no podía acabar con ese tipo en el estado que se encontraba su cuerpo.

Sentía que le faltaba mucho el aire, veía borroso. Estaba desfalleciendo cuando sintió un toque tibio en su frente, una mano candida acariciando sus cabellos y el aire volviendo a sus pulmones como si le hubieran quitado un bloqueo de su pecho.

Parpadeó un par de veces aún estando sobre el pecho de Seijun. Quiso levantarse, con esfuerzos menores lo hizo, vió a su padre allí a su costado, Daishinkan le ofreció una sonrisa y revolvió sus cabellos como diciendo "bien hecho". Vesper lo miró con desconcierto, su mamá estaba en el suelo, herida e inconsciente y el Gran Sacerdote no la ayudaba. Eso para él era extraño, él la amaba mucho como no ponerla de prioridad sabiendo que Vesper era un ángel eterno como él.

Miró a atrás y no había nadie, de seguro Daishinkan los había reducido a polvo.

-Ella está bien -le dijo al fin.

No lo creía, ese ataque fue suficiente para matar a por lo menos unas cuantas personas mortales comunes como Seijun. No pudo salir ilesa así como así y su aspecto la delataba. En su frente tenía una herida, en el resto de su cuerpo moretones y raspones, le preocupaba su madre, y mucho.

-La lastimaron, padre, y yo no pude hacer nada para detenerlos. Le fallé -le dijo bajando su rostro, no quería mirar a los ojos a Daishinkan.

-Hiciste lo que estuvo a tu alcance. Créeme, fue suficiente -le respondió Daishinkan.

Daishinkan acomodó a Seijun en sus brazos y se levantó con ella, salió volando y detrás lo siguió Vesper.

Al llegar a casa, Daishinkan fue directo a la habitación de Seijun para colocarla sobre la cama. Le acomodó los cabellos tras la oreja, le besó su frente y le susurró unas palabras al oído que Vesper no logró escuchar.

Sentía que su padre actuaba extraño, al menos a su parecer. Daishinkan guardaba un silencio abrumador para el niño, no entendía mucho, pero no le gustaba eso. Tal vez estaba igual de preocupado por el estado de su madre, pero de igual manera podría sanarla ¿Por qué no lo hacía? Solo lo sanó a él y a su madre no, ¿Por qué? Seijun seguía viva, oía el sonido de las pulsaciones de su corazón, veía como su vientre se movía al respirar, lo hacía con dificultad, pero respiraba.

-¿Padre, por qué no la sana? -le preguntó Vesper a su padre luego de que se apartara de Seijun.

-No es necesario -le respondió con una serenidad fría.

-Pero está herida -protestó el pequeño ángel.

-Vesper, no me insistas cuando he dicho que no es necesario -le dijo Daishinkan con severidad.

No le dijo más a su padre. Se dió la vuelta, salió de la habitación y volvió unos minutos después con un cuenco con agua y unos pañuelos en la mano. Si Daishinkan no hacia nada por ella, él si.

Podría ser pequeño, inclusive débil en frente de muchos, pero era capaz de decidir y distinguir lo que era bueno o malo, sabía que no podía estar de ningún bando, pero con los suyos si, y quería ayudar a su madre, por eso la defendió del mal y no la iba a dejar así, se sentía culpable del estado en el que quedó.

Daishinkan estaba sentado en la cama junto a Seijun, Vesper ni lo miró, solo entró, colocó el cuenco en la mesa y sumergió un pañuelo que luego exprimió para limpiar con cuidado la herida que ella tenía en la frente. El Gran Sacerdote solo lo miraba con atención.

-Muy atento de tu parte -le dijo Daishinkan a Vesper, pero este no le respondió- ¿Sabes? Me alegra saber que en momentos así puedes defenderla en mi ausencia; también brindarle este tipo de cuidados. Nada de esto es tu culpa, ya te lo dije -agregó tratando de captar la atención de su hijo, pero él seguía negándose a eso.

Débil CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora