Alternativo -7: Un poco mimado.

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Pensó que la habían olvidado. Tuvieron lo que querían ese día, no la necesitaban para más, así que creyó que se olvidarían de ella.

-Puede que siga existiendo. El planeta en qué residía, fue destruido hace poco por su Dios de la destrucción -se llevó la mano al mentón para analizar una idea- Solo es cuestión de localizarla... -sonrió para hacerles entender que no había de que preocuparse- Les suplico un poco de paciencia -llevó sus manos tras la espalda.

-¡Está bien, Gran Sacerdote! -exclamaron a duo. Daishinkan hizo una pequeña reverencia y desapareció.

Mintió. Mintió, pero por un bien mayor. Si, sabía que en algún momento ellos se enterarían de todo, pero preferiría ocultar todo lo más que pudiera sostener la fallada de sus secretos.

Daishinkan fué a llevarle la información a Seijun, encontrándose con ambos ya dormidos. Una escena que le sacó una sonrisa de ternura. La muchacha acostada de lado con su mano sobre el pecho de su bebé abrazándolo, quien estaba dormido a su costado con el chupete especial en su diminuta boca.

Extendió su mano al frente y apareció dos brazaletes, uno muy diminuto y otro de tamaño regular. El más pequeño lo colocó entorno al tobillo de Vesper y el otro en la muñeca de Seijun. Al dejarlos allí, brillaron y desaparecieron casi como esfumandose sobre sus pieles, más como si estuvieran dentro. Suspiró más tranquilo al hacer eso. Le daba la seguridad que necesitaba para saber que no debía preocuparse cuando ella lo llamara.

Sonrió y se sentó en el borde de la cama a esperar el amanecer en ese planeta.

Seijun despertó esa mañana de muy buen ánimo. Cómo le agradaba que esos últimos días lo primero que recibía su despertar era ese olor a bebé recién nacido impregnado en toda la habitación. Le quitó el chupete a Vesper a su lado. Solo era cuestión de menos de tres minutos para que despertara.

Lo tomó entre sus brazos antes de eso, y lo besó.

-Despierta -le susurró mientras le hacía caricias con su nariz en su mejilla- No me dejes sola. Despierta -le volvió a suplicar de forma dulce.

El pequeño ángel abrió sus ojos y se estiró espantado el sueño, viendo de primera instancia la imagen de su madre. Ese pequeño ángel era muy tranquilo, de hecho le sorprendía bastante a Seijun que no diera tanto problema. Siempre estaba en silencio, observando a ella si lo tenía en brazos, o al techo si estaba acostado. Lloraba solo si algún ruido lo asustaba o algo lo incomodaba, como el pañal o el calor. Pocas veces por atención de Seijun. No balbuceaba, era aún muy pequeño, tampoco la fuerza para sostener su cabeza.

Tenía la corazonada que no sería alto, era sumamente pequeñito. Además, Daishinkan era bajo al igual que ella, le sonó lo más lógico que su hijo fuera igual.

Seijun salió aún en su pijamas de shorts y blusa color salmón y Vesper en brazos. Había salido a la sala por una manta limpia para el pequeño ángel quien lo traía sin nada más que un pañuelo en el hombro bajo de él. Al entrar a allí, vió a Daishinkan sentado en la barra de la cocina bebiendo un té muy tranquilo. Ella no había notado que estaba en casa.

-Buenos días, Seijun -le dijo con una sonrisa.

-Buenos días. No sabía que estabas aquí -se acercó a él al ver que dió señal de querer cargar al pequeño.

Al sostenerlo, el pequeño ángel se sacudió un poco, hizo un puchero y comenzó a llorar. Al ver eso, Daishinkan torció la boca con un poco de desagrado.

-Creo haberte solicitado no malcriarlo. Está muy apegado a ti -reprochó Dai sin quitarle la mirada al pequeño que lloraba entre sus manos.

-No soporto verlo llorar. Siento que debo consolarlo o intentar calmarlo por lo menos -dijo acariciando los cabellos del pequeño- Es tu padre, mi amor -le dijo a su bebé al darle un beso en la frente.

Débil CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora