Alternativo -11: Destruyeme.

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Vió desaparecer una víctima más, aunque de malas intenciones, a fin de cuentas una víctima más de las barbaridades de los mortales y de ese ángel.

El viento movía sus cabellos hacia atrás, estaba arrodillada en el suelo y solo se miraba la muñeca. Veía como ese brillo en forma de brazalete se escondía bajo su piel.

Estaba enojada. Todo en ella se había vuelto él. Todo lo que tenía era gracias a él. Sola no era nada. Ardió en rabia al darse cuenta de eso. Era insignificante sola, así se sentía, incapaz de lograr algo por sus propios medios. Mediocre se catalogó. Pudo tener compañía antes, pero se la arrebataron injustamente, pudo tenerla hace poco, pero se la arrebataron porque era indebido. Si siquiera lo natural en las personas podía tener por su propia cuenta.

Estaba por no ver más ese brillo celeste, cuando con esa rabia acumulada desde lo más profundo al descubrir todo eso, comenzó a arañar su muñeca intentando arrancar eso que era de él. Se hacía daño, arañazos dejaba en su piel, sus uñas pronto tenían debajo sangre de esas heridas que causaba. No le dolía, al menos no lo sentía al estar segada por varios sentimientos que la invadían en ese momento.

-Vasta, no hagas eso -le decía Daishinkan a el orde negro de su báculo. Ella no lo escuchaba.

-En todo estás tú, me invadiste la vida. ¡Quiero que te vayas! -le gritaba al aire, con dedicatoria a Daishinkan.

El pudo oír eso, ¿Pero que podía hacer? Solo esperar. Eso le tocaba. Sabía que no era ella realmente la que hablaba.

Por más que intentaba, sus uñas no eran lo suficientemente fuertes como para lograr nada. Igual, si tuviera la fuerza, no lo lograría.

Cayó en cuentas de que deshacerse de Daishinkan no era posible.

-¡Te odio, te odio! Preferiría que me hubieras matado al no aceptar aquella petición el día en que te conocí. ¡Ven y destruyeme de una buena vez! -veía como se pintaba de color carmesí su pálida piel.

-Nunca lo haría... -desapareció su báculo, suspiró. Los Zen Oh Sama lo estaban llamando y debía dejar de observarla.

Quería huir. Eso quería, huir de él, de todo lo que le mostraba la imagen de Daishinkan en su mente.

Entró a su casa, tomó el muñequito de trapo que era de su bebé, lo metió en el bolsillo de su vestido y se fué. Quería ir donde el único ser querido que me quedaba sobre la existencia del universo. No tuvo percepción del tiempo durante el viaje. Tomó el camino largo, miraba hacia las estrellas, pero sin verlas realmente, tenía la mirada perdida. Horas pasaron, las suficientes como para que fuera el siguiente día.

Al llegar dudó en golpear la puerta de esa casa. Traía sus penas a gente ajena a su sufrimiento, no podía hacer eso. Un par de minutos estuvo delante de la puerta dudando en golpear o no, pero se abrió.

Okami abrió la puerta al ver por la ventana de casualidad, encontrándose a Seijun parada sin golperla.

-¡Seijun hola! -agitó su cola con alegría- ¿Por qué no golpeabas la puerta? -le preguntó alzando un poco su mirada hacia arriba para verla a los ojos... Algo andaba mal, le pasaba algo, su mirada lo reflejaba- ¿Que tienes? -preguntó tímidamente, con temor a que le pasara algo.

Cayó de rodillas delante de él para abrazarlo y romper en llanto.

-¿Dónde está tu bebé?, ¿Lo perdiste?, ¿Por eso lloras? -se había dado cuenta que no lo tenía cerca. Eso era raro, desde que había nacido no se apretaba de él.

Daishinkan recibió a Whis en el templo de Zen Oh Sama, él mismo le entregaría a su bebé para que lo cuidara mientras durara el castigo, aunque tal vez menos de ese tiempo.

Débil CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora