Jade Fischer
Liz me había acompañado hasta aquí. En mis planes estaba venir solo, pero dado lo que sucedió la última vez que estuve a solas con ella, ninguno iba a dejarme estar completamente solo. Él insistió en quedarse en el balcón, aún lado para darnos privacidad, mientras nosotros hablábamos. Al principio espere a que despertara, sobre el sofá rosado que reposa en su habitación, luego pase a recostarme a su lado, pero estaba impaciente, necesitaba con urgencia hablarle. Necesitaba que me escuchará y que no tuviera miedo de mí, quería que supiera que yo no soy el verdadero monstruo en esta historia. Camine en círculos esperando a que se despertará o por lo menos se moviera un poco, pero parecía muerta prácticamente, no se movía por nada del mundo. Rendido le envié un mensaje a Liz para que me esperara en el carro –ya que tenía para rato aquí– me deje caer sobre la alfombra blanca acolchonada, reposé mi mirada al techo y poco a poco mis ojos se fueron cerrando. Hace varios días que llevaba durmiendo tres horas como máximo, debido a la cantidad de trabajo que teníamos. Al cabo de un rato, sentí frío y jalé de la manta de Margot que reposaba en el borde de la cama, estaba atascada con algo, así que jale más fuerte. Al hacerlo, no solo recibí la manta, sino que también amortigüe la caída de la pelicastaña.
Luego de explicarle por milésima vez a Margot que no iba a responder sus preguntas, por fin se rindió. Ciertamente, dudo de que se haya dado por vencida, nunca lo hace. Es justo por qué no lo hace, que ahora sabe acerca de algo que intente ocultar. No quería que lo supiera o por lo menos, no así, porque justamente no deseaba que me mirará de la forma en que lo hizo. Como sí la hubiera traicionado, y no lo hice, eso no fue así. Le mentí, sí, pero no la traicione, porque yo no jamás le haría eso a uno de los míos, y Margot quiera o no ya es parte de nosotros, es parte de mí. Desde que tuvo el error de recibirnos en su casa, ya era una más. Con el simple gesto de hospedarnos, demostró lo leal que era a Oliver, por ende también lo sería con nosotros.
Todavía recuerdo la primera mañana en esta casa, Lizardo se había encargado de despertar a Millan, mientras que yo fui en busca de esos ojos color miel que no salen de mi cabeza. El entrenamiento de aquel día había sido leve, en comparación al que nosotros venimos ejerciendo ya hace unos cuantos años. Aún tengo presente su rostro exhausto y sudoroso, creí que se rendiría ahí y no lo terminaría, sin embargo, sucedió todo lo contrario.
Su curiosidad y su ansiedad por saberlo todo, fueron de las primeras cosas que llamaron mi atención, además de su belleza exterior que producía que cualquier persona perdiera la cabeza de tan solo verla, justo como sucedió con el imbécil de Matteucci.
Odie llevarla conmigo aquella noche, pero Marco tenía razón, debía ponerla aprueba. Teníamos que saber si era capaz de soportar nuestro mundo, e increíblemente, lo fue. Durante la cena podía sentir su incomodidad ante la mirada de aquel hombre, pero solo lo podía notar porque estaban sujetas nuestras manos, de no ser así, no lo habría notado, es un as del control. Fue magnifico como manejo la situación, siempre con altura y siguiéndome a mí a la perfección. Incluso disimulo de maravilla cuando vio el arma que escondía Alonzo en su pantalón, por otro lado, yo ni me inmute, estoy acostumbrado a trabajar con ese tipo de personas.
El día que me curó la herida del abdomen, también fue una prueba. Una que debía suceder dentro de muchos meses, pero no pude contenerme. Le había dicho que me autolesioné, dependiendo de cierto punto de vista, podría decirse que sí, pero no lo fue precisamente. Me había fastidiado la idea de que saliera con Nadim, era más bien una furia interna hacia mí mismo, ya que no podía permitirme molestarme por algo sin importancia. Había asistido a un club nocturno, en el cual se realizaban peleas clandestinas, justo lo que necesitaba en ese momento. La pelea venía bien hasta que el maldito grandulón al que me estaba enfrentando, saco un cuchillo de bolsillo. Tranquilamente lo podría haber matado ahí, sin embargo, necesitaba sentir dolor y fue justo por eso que lo dejé seguir. Fue mi excusa ideal, para que ella me sanará. Sabía que no debía molestarme que saliera con otras personas, no éramos nada –al igual que ahora– y tampoco podemos ser nada, no puedo permitirme ser tan egoísta y dejarla amarme, no me merezco su amor y jamás lo haré.
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Il falso colore delle rose
Teen FictionTodos idealizan a la vida como un color de rosas, pero ¿es realmente verdadero lo que sucede dentro de esa burbuja imaginaria?, por defecto no tengo una respuesta exacta para eso. Sin embargo, lo que si puedo afirmar es que a veces uno mismo elige a...