CAPÍTULO 45

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En cuanto vi a Nibbas temblando con el arma entre sus manos, corrí. Corrí como jamás lo había hecho en mi vida, corrí como si mi vida dependiera de eso, porque exactamente así era. Corrí con miedo de terminar igual que aquel chico de cabello azul. Me detuvo uno de los detectives que había conocido días atrás.

—Tranquila, Mía. Todo está bien —murmuró, sosteniéndome desde los hombros.

Mi corazón palpitaba a un ritmo irreal. Una luz nos alumbró a todos en aquella calle: a Nibbas, Rayhan, Nick, los policías, y a mí. Aquel helicóptero me hizo sentir dentro de algún programa, dentro de alguna broma extraña y cínica. ¿Nos habían seguido? ¿Lo supieron todo el tiempo y no los detuvieron?

Quería huir de todos en aquel lugar, quería huir de aquel internado tan monstruoso, pero no podía hacer nada con el temblor de mis manos y el miedo que había ahogado a mi cuerpo completo.

Luego nos llevaron a la comisaría, pero desde el primer policía que me detuvo supe quién era el verdadero culpable de todo, supe de qué se había tratado toda mi historia desde el principio. Lástima que estaba encerrada en aquella sala y no podía hacer mucho más que esperar.

Entonces me levanté bajo la atenta mirada de Rayhan, que al parecer estaba —casi— tan impresionado como yo y no había formulado ni una palabra desde que llegamos. Yo tenía tantas ganas de escupir a los Badiaga, de golpearlos, de dispararles. Juro que quise hacerles muchas cosas, pero sabía que no era del todo su culpa. Me acerqué a Rayhan y me paré a un lado de él. Vi cómo el castaño frunció brevemente el ceño al no saber de qué se trataba, pero con una mirada le pedí discreción. Él pareció comprenderme.

Había dos policías a unos metros de nosotros, pero no dejaban de charlar entre ellos. Me acerqué al oído de Rayhan, simulando besar su mejilla con suavidad. Y claro, lo sabía, no era el lugar ni el momento.

—Me voy a dar vuelta y me vas a esconder el arma dentro del pantalón. Voy a tapar las cámaras —lo formulé tan rápido que temí que no lo hubiese comprendido.

Vi que volvió a fruncir el ceño tras oírme hablar, pero no le di tiempo a dudarlo cuando volteé, ocultando a Rayhan de las cámaras de aquella extraña recepción. Observé a los policías que aún dialogaban entre ellos; al parecer algo les había causado demasiada risa. Ni se detuvieron a contemplarnos. Era evidente que no éramos el peligro dentro de aquel sitio.

El frío de la pistola infiltrándose entre mi pantalón y mi piel me distrajo de toda duda que hubiera sentido en ese momento. No creí que Rayhan fuera a seguir mis palabras, pero estaba tan segura de lo que debía hacer.

Me acomodé la remera y me levanté, bajo la atenta mirada de nadie, en realidad. Avancé hacia la puerta y le eché una mirada a Rayhan antes de salir. Era una escena patética, de verdad, pero quizás era inevitable; no necesitaba su compañía.

Los oficiales notaron mi presencia:

—¡Eh! ¿A dónde pensás ir?

Ambos se detuvieron frente a mí.

—A tomar aire —murmuré bajando mi vista al piso.

—Nadie de esta sala puede salir hasta que... —comenzó a decir, como si lo tuviese memorizado.

Una voz femenina lo detuvo.

—Déjenla salir. Solo es la víctima. Ya tuvo suficiente por hoy.

Elevé mi vista hacia ella, era una de las detectives que había irrumpido en mi apartamento. Le dediqué una pequeña sonrisa a boca cerrada.

—Gracias —murmuré hacia ella.

—Asegúrate de no estar sola, Mía, ¿sí? —pidió—. Después de vivir cosas así, lo más sano es estar acompañada.

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