CAPÍTULO 22

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—¿Por paro cardíaco?

Emily asintió frenéticamente en mi dirección.

La pelinegra me había resumido lo que ocurrió en aquella fiesta. El chico estaba sentado charlando con la periodista, llegó el supuesto apagón y las luces de emergencia tardaron alrededor de cinco minutos en aparecer, Emily dice que ahí le hicieron algo.

Según cuenta, al regresar la luz, él bebió de su lata y quiso dirigirse a la pista de baile, pero su estómago dolía y la pelinegra lo ayudó a sentarse. Al rato sus labios se tornaron morados, le dio taquicardia, su temperatura aumentó, le comenzó a faltar el aire, se orinó y luego cayó en seco al piso, sin más. Todo había sucedido frente a Emily, y la volvió de mis principales sospechosas.

Tenía sentido que ella lo estuviese haciendo todo. Me conocía, conocía mis libros, sabía sobre la investigación, tenía mi número de celular... Tenía mucha facilidad de forzarme a buscar por otros lados.

Habían dicho que el chico sufrió un paro cardíaco, pero nosotras estábamos seguras de que eso era veneno, y el piso nos lo había informado.

—Es lo que dije, Mía —gruñó hacia mí.

—Lo vimos en el suelo.

—¿Qué?

Frunció el ceño hacia mí.

—Cuando fuimos a lo de Nibbas, el suelo decía veneno en alemán. Lo hablamos ayer.

Se mantuvo con la vista fija en el suelo, recordando. Yo me limité a observarla.

Me encontraba cansada de todo eso.

Me pregunté si asesinar al culpable silenciaría todo. Prefería estar presa y en paz.

—Es lo que pensaba. ¿Nos estaba informando? ¿Sabía que iríamos? ¿Está jugando con nosotras?

Me limité a levantar los hombros.

—¿Tenía WW en su descripción?

Asintió.

—Yo lo dije.

—Inna no lo tenía —murmuré replicando.

Emily finalmente se detuvo. Llevaba minutos dando vueltas en mi sala.

—Creo que ella era más bien una advertencia para ti —contestó cuidadosa.

No lo discutí, podía ser perfectamente así.

—¿Y qué es? ¿Una clase de secta? —Emily no me supo contestar —.¿Y qué vamos a hacer?

Suspiré.

—No sé. Esa pista ni era obvia, la encontramos por casualidad, ¿vamos a dejar que siga muriendo gente? —murmuraba la pelinegra mientras levantaba su abrigo.

—¿No nos vendría bien la ayuda de Johann?

Emily no lo había incluido hoy.

—No aporta mucho, y ya no podemos confiar en nadie.

—Es tu mejor amigo, Emily.

La periodista ni siquiera me miró.

—Los muertos siquiera coinciden en edificio —informó abrigándose.

La miré aproximarse a la puerta.

—¿Cuándo va a terminarse esto?

—Depende de nosotras.

Y se fue.

Odiaba esa responsabilidad.

Me tiré por completo en el sofá y encendí la televisión.

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