CAPÍTULO 19

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Exoneré gimnasia, y todo gracias a seguir las indicaciones de Liam. Llevaba dos días yendo al gimnasio y me dolía hasta lo que no sabía que podía doler. Era una buena forma de olvidar a Celal, de no recordar las mil formas y personas que comenzaban a pensar en matarme.

Tampoco pensaba en mi padre, porque hacerlo era pensar en lo egoísta que era, en lo manipulador que era, en lo poco que le importábamos todos los demás... Ni siquiera me había hablado desde que se fue.

¿Su ausencia significaba paz o caos?

El asesino no había vuelto a actuar, y eso era un consuelo, a pesar de saber que la paz no es eterna, que podía actuar en cualquier momento y yo debía estar alerta. Pero tenía un amigo y era una buena excusa para distraerse por un rato.

Abrí la puerta del apartamento suspirando. Liam llegaría en un rato con nuestro almuerzo y podría dormir unos diez minutos mientras tanto.

Quería tirarme en mi cama a dormir por diez horas seguidas pero, en vez de eso, me encontré con un señor sentado en el sofá. Veía su nuca y su cabello oscuro, pero eso no me decía nada sobre él.

—¿Hola? —indagué.

Volteó hacia mí y al instante de observarme una simpática sonrisa se formó en sus labios. Lo reconocía de las fotos suyas que me encontré en Internet y de los cuadros familiares que me había cruzado.

Se levantó dejando ver su elegante traje y se quitó sus lentes de sol con la vista fija en mí. Sus ojos celestes me atrajeron al instante.

Finalmente avanzó hacia mí hasta que nos encontramos frente a frente.

—Soy Harald Kanu. Un gusto.

El padre de Liam.

Me extendió la mano.

—Mía Pepper.

Tomé su mano y me dio un breve apretón.

—¿Eres la novia de mi hijo o...

—Solo la compañera de apartamento —interrumpí.

El señor sonrió, se mantuvo en ese lugar y decidí caminar hacia mi habitación. No era mi problema, no era mi invitado.

—¿Eres la escritora, no?

Volteé hacia él y le sonreí.

—Sí.

—Mi esposa está muy orgullosa de que hayas decidido venir a su internado —felicitó.

Claro, Mary.

—Le agradezco.

Sonreí y volví a voltear.

—¿Sabes dónde está mi hijo? —cuestionó finalmente.

Me volteé hacia él por tercera vez.

—Fue a comprar algo para almorzar.

Con Liam habíamos pasado todo el fin de semana olvidando los problemas que teníamos, terminando un libro extraño sobre alienígenas, Dios y un amor demoníaco, y habíamos decidido almorzar ravioles luego de gimnasia; en mi caso gimnasio y, en el suyo, nada.

Casi al instante de responderle Liam abrió la puerta.

—Traje los de verdura porque...

Su sonrisa alegre se borró en un lapso de dos segundos tras verme a un lado de su padre. Bajó los fideos del aire y los detuvo a un lado de su cadera.

El señor elevó sus cejas sonriente hacia su hijo. Yo los repasé. Tenían la misma postura.

Eran idénticos.

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