CAPITULO 34

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01/11

En la mañana siguiente, al abrir los ojos, la mano de Rayhan en mi cintura fue lo primero que visualicé y luego nos sonreímos como si la noche anterior no hubiera sido una mierda.

Pero ahora estábamos sentados frente a la barra de mi apartamento, tratando de analizar la caligrafía de una posible pista.


Septiembre:

Denian, puente

Federic, edificio BC01

Inna, Acantilado Punta Ballena

Octubre:

Latrell, hotel

Melanie, edificio P0304

Noviembre:

Julia, arroyo 02/11


O tal vez decía 01/11, no se leía muy bien.

Miré a Rayhan ansiosa. Estábamos a primero de noviembre, ¿qué significaba eso?

Él me miraba sin comprender nada, mientras yo mordía mis uñas con ansia.

¿Qué era eso?

Estábamos tratando de encontrar un paquete de galletas tras las estanterías y me crucé con la —para nada— grata sorpresa de que había un diario de cuero con todos los asesinatos escritos, y el último lo estaba de forma diferente, hasta de color diferente, y era el único que tenía una fecha en él.

Y entonces dudé. ¿Esa muerte ya habría ocurrido? No tenía ni idea de a quién contactar, ya no podía preguntarle a Emily y el detective no iba a tener ni la menor idea. Solo me quedaba ir a comprobar.

Cerré aquel diario con la cuerda que traía y lo metí dentro de mi campera, para luego de salir corriendo por la puerta del edificio, con los pasos firmes de Rayhan detrás de mí. Él no tenía ni la menor idea de qué estaba ocurriendo, pero estaba segura de que iba a seguirme, no a detenerme.

—¿Mía? —dudó mientras atravesábamos la puerta.

Así que quise contarle. ¿Qué más daba? En cualquier momento todos se enterarían. Era evidente que no faltaba mucho para que todo explotara.

—Hay un asesino —solté observando que no hubiera nadie más que nosotros en la cuadra —. Él está matando gente, inspirándose en mis libros y, de cierta forma, acusándome. En esta libreta están todos los asesinatos, ¡todos! y hay uno más, que puede que haya pasado o que esté por pasar, y necesito estar ahí para solucionar esto.

Rayhan no aconsejó y era lo que esperaba. ¿Qué iba a decirme? ¿Que llamara a la policía? Eso no funcionaba en su mundo.

—¿Y a dónde vamos?

—Al arroyo.

—¿Pero no es mañana?

Negué con la cabeza, pero luego pensé en que, tal vez, no me estaba viendo.

—No sé. Puede ser cualquier día.

No replicó.

En los minutos que demoramos en llegar, Rayhan no habló, pero sí tarareó algunas canciones de reggaetón y cantó algunas partes de sus letras. Yo decidí ignorarlo.

Llegamos al arroyo y solo avancé unos metros antes de dejarme caer sobre el césped, sentándome con mis piernas cruzadas, lista para poner a prueba toda mi paciencia. Sabía que tenía que esperar, que si aquello era una trampa había sido plantada para que yo estuviera exactamente donde debía estar.

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