Emily no me había llamado, ni cuando dijo que lo haría, ni cuando pasaron tres días. Eventualmente mi ansiedad cesó, a pesar de saber que debía incrementar, pero la leí tan contenta en su cuenta de Twitter, que dejé de lado mi preocupación, comprendiendo que no estaría subiendo fotos de picnic con su novia, si hubiera pasado algo grave. Ella tan solo se había olvidado de seguir intimidándome, así que aproveché para dormir —mucho—; una técnica infalible para dejar de pensar, y para mi buena —o mala— suerte se había vuelto una actividad sencilla. Me estiraba un poco entre las sábanas, hundía mi cabeza entre dos almohadas y antes de poder notarlo ya estaba soñando con algo nuevo.
Pero, tras esos tres días, ella había aparecido en la puerta del edificio en el que me estaba quedando, invitándome —prácticamente obligándome— a ir con ella y otras chicas de la organización hacia Punta Ballena, para hablar con el terrorífico Celal.
¿Por qué hacía aquello? Respuesta simple: para no perderme de vista. Patético, teniendo en cuenta que se había olvidado de mí por unos cuantos días, pero igualmente la acompañé. Si tenía que enredarme en algún juego extraño para llegar más a fondo... lo haría.
—No se dejen intimidar —Nancy hablaba, mientras todas le seguíamos el paso—. Es su forma de juguetear —advirtió.
Juguetear.
Por todo lo que habían dicho de los universitarios podía llegar a pensar que eran seres atemorizantes, pero elegía confiar que, tal vez en el fondo, eran personas adorables, como en las películas infantiles. O a lo mejor eran un grupo de sicarios que nos iban a desaparecer en cuestión de segundos, ¿ellos eran la trampa? ¿Tendría que avisarle a alguien a donde estábamos yendo?
—Yo creo que estoy perfeccionando mucho mi español —me dijo Inna, la más parlanchina del grupo. Su acento ruso era muy notorio—. El profora de ciencias me felicitó.
Profesora.
Nancy encabezaba el grupo mientras caminábamos hacia Punta Ballena. Emily, Inna y yo caminábamos detrás de ella. La rusa se había dedicado a hablarme todo el camino, no sabía si lo hacía porque le generaba mucha confianza, porque estaba muy aburrida o porque hacía eso con todos. De todas formas era lindo que alguien me tuviera en cuenta, y no por interés.
—La profesora —le corregí.
Ella me sonrió. Aceptaba las críticas y consejos, y los implementaba; una actitud digna de destacar. Es complicado cruzarse con alguien así.
—La profesora —se corrigió—. Solo extraño a mi novio. Amo sus besos, te llevan a... —se pausó, al parecer sin hallar la palabra que buscaba, y yo agradecí, porque no estaba muy segura de querer saber a dónde la llevaban los besos de su novio—. Hablar con él era divertido.
Me iba contando lo mucho que disfrutaba vivir en Uruguay y, más específicamente, lo mucho que disfrutaba llevar un año en el internado. Estaba segura de que, si existieran prendas con el logo de Silver Study, ella las portaría.
—¿Te enamoraste? —indagué.
—¡Claro! Estoy muy enamorada de él —contestó sonriente y soltó un suspiro dramático, con la mirada perdida en el horizonte—. Cuando hablo de él se me erizan los vellos —comentó mostrándome su brazo, a pesar de que no seguían sus palabras—. Mi estómago se mueve y tengo ganas de llorar. —dijo, para luego suspirar con tristeza—. Las relaciones a distancia son compliadas.
¿Era muy necesario tener que sentir todo eso? Mi estómago se encontraba bastante bien sin ser revuelto y mis lágrimas estaban muy cómodas almacenadas en la glándula, lo suficientemente como para quedarse allí por más tiempo.
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Meliflua
Mystery / Thriller¿Quién creería que un simple hashtag era lo suficientemente poderoso como para hacer que una escritora terminara cambiando su vida entera, solo para escribir una tonta historia de romance? Probablemente no Mía Pepper. Pero, sin conocer el amor, ar...