CAPÍTULO 31

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Todos mienten

Abrí la puerta del apartamento en silencio, sin querer perturbar la paz de Emily; la pelinegra se había estado quedando unos días en nuestro sofá, supusimos que, por el momento, no tenía a dónde más ir. Además se había dedicado a ignorarme como si no existiera, estaba segura de que lo hacía para no recriminarme, pero seguía haciéndolo, sin palabras.

El cabello largo y grisáceo de Ann fue lo que me recibió.

Me paralicé en la puerta. Creí que me había librado de escribir el estúpido libro de romance.

—Mía —sonrió hacia mí automáticamente.

Mi representante estaba sentada en el sofá, con su característico vestido elegante y una cartera colorida colgando en su brazo.

—Ann. —Dejé salir un suspiro y cerré la puerta detrás de mí.

—¿Cómo estás? —cuestionó.

Dejó sus cosas a un lado, se levantó para aproximarse a mí y saludarme con dos besos en las mejillas.

—Bien —murmuré —. ¿Cómo entraste?

Rodó los ojos tras oír mi pregunta.

—Estoy bien, gracias por preguntar —burló —. Una gurisa de pelo negro me dejó entrar —al instante de formular eso noté como la expresión de su rostro cambió —. ¿La conocés?

Caminé en dirección a la heladera y sentí a Ann caminar detrás de mí.

—¿Se fue? —cuestioné.

—Sí.

—Es una... —suspiré —. Es una amiga. Su novia falleció hace unos días y estamos acompañándola.

—Pobrecita —murmuró Ann —. Pero bueno, ¡una amiga!

Insensible.

Elevé los hombros mientras sacaba el último yogurt de vainilla que quedaba en la heladera y luego tomé una cuchara de la encimera. Me encaminé hacia el sofá abriendo mi yogurt y noté que Ann se había quedado en la cocina, observándome, así que roté hacia ella.

—¿Qué? —indagué llevando la cuchara al líquido.

—¿No te preocupa que haya venido hasta acá? —cuestionó desde su lugar.

—¿Tendría que preocuparme? Siempre querés saber de mi vida.

Llevé una cucharada a mi boca.

—Es mi trabajo —replicó.

Me quité el alimento de la boca.

—Exacto.

Me dejé caer en el sofá y sentí a Ann suspirar detrás de mí, pero esta vez no me regresé hacia ella.

—Mía —oí sus pasos encaminarse en mi dirección, pero permanecí con la vista al frente, sabía que me iba a retar —. No mandaste ni una sola oración del nuevo libro...

Bufé. Reprimí con todas mías fuerzas las ganas abrazadoras que tenía de gritar con todas mis fuerzas. Volteé hacia ella.

—Solo me estoy tomando un tiempo para...

—El tiempo que necesitabas ya se cumplió, Mía. Hasta tu padre está preguntando.

Se sentó en el porta-brazos y sentí mi rostro aumentar su temperatura, por el enojo.

—Que me pregunte directo a mí, ¿o no es lo suficientemente fuerte como para llamar a su hija después de abandonarla y someterla a tantas cagadas? Soy su empleada. Que se ponga a escribir él para que vea si es tan fácil.

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