CAPÍTULO 39

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—¿Qué me pusiste en la bebida? —le pregunté a mi padre entre arcadas.

—No me vomites el auto —fue su única respuesta.

—¿Qué me pusiste en la bebida? —insistí.

Me miró de reojo por el espejo retrovisor.

—Nada, a la larga.

Recosté mi cabeza en el asiento. Verlo me causaba aún más repudio, por ende más ganas de vomitar todo a mi paso.

Podía sentir mi celular vibrando a un lado y la molestia en el rostro de mi padre ante eso, así que simplemente lo silencié. La única persona a la que era necesario contestarle era a él y ya no era relevante, porque ¡ey! Me estaba secuestrando.

Podría hablarle, podría gritarle y reclamarle todo lo que había generado, pero en ese momento no tenía ganas o, mejor dicho, lo que sea que me haya hecho ingerir me quitó las ganas. Estaba cansada de tratar de entender a personas que solo jugaba conmigo.

Me limité a seguir sus ojos a través del espejo.

Y entonces el auto estacionó, luego de tan solo diez minutos de viaje.

Mi padre bajó y al instante me echó una mirada para que lo siguiera, lo cual sin dudar hice, y comenzamos a avanzar, hacia una casa que tenía grabada en mi memoria de entrada a salida. Reconocía sus ventanales con cortinas celestes y su alfombra de ¡Welcome!. Imposible no reconocer la casa de Ann.

Él siquiera tuvo que abrir la puerta por su cuenta, la ama de llaves parecía habernos visto llegar y haber esperado a que estuviéramos a solo centímetros para abrir.

—Señor Pepper. Señorita Pepper —saludó.

Mi padre le regaló un asentimiento y yo le regalé una sonrisa.

Continuamos avanzando por el largo pasillo.

—¡Pa!

Una voz infantil nos detuvo a ambos.

Volteé y allí estaba Joaquín, el hijo de Ann.

¡Pa!

Corrió hacia los brazos de mi padre y él mismo se arrodilló para aceptarlo. Ni siquiera recordaba haber recibido algún abrazo de su parte.

El niño de cuatro años me echó una mirada con sus grandes ojos celestes, para luego sonreírme.

—Mía —formuló mi nombre con lentitud, con alegría, con precaución.

—Hola, Joaco.

Le dediqué una sonrisa a boca cerrada y esperé pacientemente a que mi padre cortara ese momento. No es que me encontrara celosa, pero no era... cómodo.

—¿Ordenaste tu cuarto? —cuestionó mi progenitor cuando se alejaron, mientras le sacudía sus pequeños rizos rubios.

—Sí, papá.

Papá.

Mi padre continuó avanzando y yo no podía dejar de mirar al pequeño rubio mientras lo seguía.

Papá.

El hombre frente a mí abrió una puerta y, tras pasar él, me permitió ingresar. Avanzó por aquella habitación y se sentó frente a su computadora, la de siempre, la que había desaparecido en casa.

Yo observé todo lo que podía mientras me acercaba a él. Observé el gran cuadro tras su cabeza con una foto de Kyle junto a mí, y la foto sobre su escritorio, de Joaquín.

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