CAPÍTULO 16

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Ajusté mi vestido color vino en un intento de mostrar un poco menos de espalda. Odiaba vestirme formal.

Nick cumplía sus veinte años y yo no hacía más que sentirme culpable porque, en realidad, no me interesaba en lo más mínimo. Lo único que pasaba por mi mente durante los cumpleaños era la duda de ¿por qué se celebraba cada año si no se habían dado la misma cantidad de besos o comido la misma cantidad de macarrones que en años anteriores?

Éramos alrededor de ciento cincuenta personas en la gran mansión de la familia de Nick. No entendía por qué entre tanta exclusividad yo estaba invitada, pero allí estaba, expectante.

Parecía una de esas fiestas benéficas a las que iba de pequeña con mis padres.

Mientras todos cantaban una versión de quince primaveras adaptada a los veinte de Nick, yo pensaba en lo mismo que me había quemado la cabeza durante toda la noche: también se cumplía otro año de la desaparición de mi hermano. Por lo que había hecho teorías de lo más locas, como que Nick era mi hermano y había hecho creer a todos en Silver Study que su cumpleaños era el día de la desaparición porque fue cuando, por primera vez, respiró libertad. Pero no. No porque no podía haberme olvidado de la imagen de mi hermano, o que se hubiera distorsionado tanto. Entonces me preocupaba, porque estaba comenzando a aferrarme a una figura masculina de hermandad y eso no era sano.

Nick también se iría.

Me distraje un rato viendo a Liam bailar con algunos desconocidos, lo hacía en broma, pero no podía dejar de observarlo reír. Nunca lo había visto reír.

En medio del caos elevando champagne, llegó la llamada de quién menos hubiera esperado: mi madre. Era el primer aniversario de la desaparición que pasábamos separadas. Sabía que a las dos nos dolía lo mismo, aunque por momentos entendía que a ella mucho más, que ella cumplía su rol de madre y aspiraba todo mi dolor para lidiarlo como pudiese, para salvarme. Nuestro ritual durante cinco años fue caminar en silencio por la casa, escuchar los rezos de mi madre cada media hora (que jamás funcionaron) y no dormir desde las 00:00 del 23 de octubre hasta las 00:00 del 24.

Contemplé la pantalla por algunos segundos, dudosa. No entendía qué significaba eso, o la gravedad de lo que se venía. Mamá nunca me habría llamado por decisión propia y eso lo sabía, a mamá todo le dolía demasiado como para estirarse a agarrar un celular, ni siquiera la importancia de este día hubiera generado eso.

Un 23 de octubre, ella estaría rezando.

Con la vista fija en el celular dejé mi copa sobre una mesa y subí escaleras arriba, no tenía idea de a dónde me llevaría, pero necesitaba un poco de tranquilidad.

De igual forma contesté la llamada a mitad del camino, no quería que cortara, que fuera muy tarde. Miré la pantalla de mi celular por última vez. Quería conservar esa imagen en mi memoria.

—¿Ma?

En cuanto noté que no habían más personas mirándome, corrí los escalones faltantes.

¿Mía? ¿Amor? —Sonaba desesperada.

—Sí, mamá, soy yo. ¿Estás bien?

Ingresé a una puerta semi-abierta para que no me vieran deambular o creyeran que estaba husmeando por la casa. Eso enloquecería a Nibbas, ya conocía esa parte de él.

Había ingresado a una habitación verde e infantil, pero todo estaba oscuro, apenas podía evitar tropezar gracias a la iluminación del exterior que se reflejaba.

¿Estás bien?

—Sí, ma. ¿Vos estás bien? —insistí.

¿Es lindo el lugar?

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