CAPÍTULO 17

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Solté una carcajada.

—¿Ciento cincuenta? ¿No te parece un montón?

Crucé la puerta.

—La tecnología y medicina van a estar muy avanzadas cuando seamos viejos. Seguro hasta pasamos los ciento cincuenta —afirmó el castaño.

—Pero va a haber sobrepoblación, no van a querer que vivamos tanto —señalé.

—Tienes razón —frunció el ceño—. Aparte, no nos van a necesitar si caminamos a dos por hora.

—Podemos vivir en algún campito y no nos van a asesinar por ilegales.

Liam rió.

Avancé hacia mi habitación entre bostezos. Había sido una noche muy... intensa. Necesitaba dormir, y estaba tan relajada que podía asegurar que no pensaría en papá; había pasado mucho tiempo desde la última vez en la que sentí que podía descansar por completo, que ningún pensamiento intrusivo aparecería para arruinar mi noche...

A la mañana siguiente iría a ver a mi madre, comeríamos huevos revueltos, a lo mejor se arreglaría con mi padre y todo sería la misma mierda de siempre, pero nuestra mierda me mantenía en paz.

Liam me detuvo en el proceso, tomándome del brazo.

—¿Ya te vas a dormir?

Miré su mano en mi antebrazo. Miré sus ojos enfocados en los míos.

Negué.

—¿Por?

—¿Querés ir a mi habitación? Así seguimos conversando —ofreció—. La noche es joven.

No tan joven.

Me gustaba cuando Liam cambiaba inconscientemente su acento neutro y lo sustituía por el rioplatense.

Había disfrutado demasiado las conversaciones delirantes con Liam, planear una fuga cuando fuéramos ancianos, charlar sobre la inmensidad del universo y reírnos cuando casi todo el dulce de leche del pastel de Nick se le resbaló de la mano y acabó en el césped de su patio. Disfruté la caminata nocturna hacia los apartamentos, llevar mis sandalias en mi mano, sentir el viento acariciar mi piel, ver a Liam bajo los escasos focos de luz que habían en la ciudad...

Fruncí el ceño.

—¿Puedo?

Como respuesta sacudió su cabeza con obviedad, soltó mi brazo y caminó hacia su habitación; lo seguí. Nunca había entrado.

El beige de sus paredes nos envolvió al instante.

Liam encendió la luz y cerró la puerta. Yo me mantuve parada a un lado de la misma, esperando.

El castaño avanzó por su habitación y se posicionó a un lado de la ventana, gracias a eso noté que ya estaba amaneciendo, que estuvimos hablando sobre estupideces desde las once de la noche y que apenas me había detenido a pensar en mis padres.

Se quitó el saco del traje y lo apoyó sobre la silla de su escritorio, para luego comenzar a desabrochar su camisa botón por botón. Lo contemplé en silencio, aunque algo me decía que no debía hacerlo.

Recordaba perfectamente su cuerpo de nuestra noche en el arroyo, solo con cerrar mis ojos podía describir su pálido abdomen y la línea vertical que lo acompañaba, el tatuaje en su brazo...

Por un segundo mi compañero volvió a reparar en mi presencia y dejó su vista sobre la mía por un instante, entendí que era incómodo.

Me di vuelta y dejé mi mirada sobre la puerta de su habitación.

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