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El viaje fue extremadamente grato, para mi sorpresa y extrañeza. No sabía qué diablos habían discutido ambos antes de subirse al tren, pero era evidente que su tregua era verdadera y no de papel. Así, cuando cada uno no iba en su propio mundo (ella leyendo y él mirando por la ventana en un silencio para nada incómodo), intercambiaban palabras cordiales, básicamente enfocadas en la búsqueda del bendito armario, seleccionando por dónde partir y qué lugares podrían servir de refugio.

A decir verdad, en un momento me comencé a sentir ignorado, como un espectador de esta historia y no como el protagonista de ella.

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¿Qué?

¿Creían que no lo había notado?

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En fin. No me gustaba en lo absoluto esa sensación de quedarme fuera de su burbuja, cuando precisa y supuestamente, yo era el pegamento entre ambos, la única razón por la cual ellos habían empezado a intercambiar palabras. ¿Era un maldito narcisista por ello? Probablemente. ¿Estaba exagerando por no ser el centro de atención 24/7? De seguro. ¿Podría fingir que no me importaba? Claro que sí, tengo práctica de sobra en ocultar mis sentimientos. Un magister. Quizás un doctorado.

–¿Estás bien? –preguntó ella de pronto, descolocándome, ya que en ese instante pude notar que tenía mis cejas extremadamente fruncidas y la mandíbula apretada.

Relajé mis facciones y me eché en el respaldo lo más suelto que pude.

–¿Por qué no habría de estarlo?

–Responde con otra pregunta. Algo le pasa –concluyó Theodore, mirándome con suspicacia–. Pero no pierdas el tiempo. Aunque lo tortures, no lo va a soltar. Es discapacitado emocional.

Creo que gruñí en respuesta a su broma mientras ella se encogía de hombros, regresando la atención al libro que tenía entre manos. Increíblemente no era un manual de magia o algo similar, sino una novela. Y una extraña sensación de familiaridad y alivio me inundó al ver el título y el autor.

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Bien.

En este universo también Haruki Murakami decidió dejar su bar de jazz y dedicarse a escribir.

Me pregunto si acá también será el eterno aspirante al Nobel...

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Un sonido extraño me apartó de mis pensamientos. Pestañeé regresando a la realidad y me encontré con Granger cabeceando descaradamente. Era evidente que el sueño la había vencido y tal vez, al igual que yo, no había podido pegar un ojo por la noche debido a ese extraño encuentro de pasillo. Suspiré. Cada vez que mi mente regresaba a ese momento, se volvía aún más extraño.

Luego, vi como con cuidado Theodore le quitaba el libro de entre manos, tratando de acomodarla para que no se lastimara el cuello, lo que resultó en que ella terminara dejándose caer en su hombro, totalmente inconsciente. Fue entonces que pude notar los oscuros semicírculos debajo de sus ojos y me pregunté cuánto autocuidado tendría esta Hermione y la de mi universo de su propia salud. Era alguien que constantemente estaba tratando de perfeccionarse.

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Y si algo he aprendido ahora como adulto, es que lo perfecto es enemigo de lo bueno.

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Theodore, por su parte, no intentó quitársela de encima. Simplemente la dejó ahí mientras ojeaba el libro de ella, en silencio otra vez, pasando lentamente página por página, hasta que una semi sonrisa adornó su rostro. Una sonrisa... ¿triste? ¿melancólica? ¿irónica? ¿todo a la vez?

Alter EgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora