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Me era imposible creer que mis palpitaciones llegaran a tal nivel, que machacaban por dentro mis tímpanos, dejando en evidencia el nerviosismo que sentía en cada fibra de mi cuerpo. Ahí estaba, sudando frío, parado a metros del despacho de Albus Dumbledore, quien accedió amablemente a recibirme después de clases.

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Cerré los ojos, infundiéndome valor.

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Luego de la sugerencia de Granger, consulté la posibilidad toda la noche con la almohada y decidí lanzarme a la vida. Sin embargo, antes de pedir la audiencia con el director, no había pensado en detalle cómo abordar el tema, y ahora mi excusa parecía idiota, como si la hubiera elaborado un puto novato. ¡Demonios! El viejo sería loco, pero no tenía un pelo de tonto. Probablemente de la conversación terminaría descubriendo que yo no pertenecía a esta realidad y todo se iría a la mismísima mierda.

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¿Estaría tipificado como delito entrar en universos ajenos?

¿Dumbledore me entregaría a la justicia?

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–No puedo creer que me hayas arrastrado a esto... –alegó Theodore a mi costado, mientras yo sostenía su túnica de la manga para evitar una posible fuga–. Puede terminar mal de tantas formas –añadió en un lamento. 

–Cállate y supéralo –gruñí ansioso–. Recuerda que solo estamos haciendo una investigación conjunta por interés personal, luego de leer la biografía mágica de C.S. Lewis, nada más. Trata de verte lo menos sospechoso que puedas, por favor.

Él me lanzó una mirada mortal.

–¿Insinúas que usualmente me veo sospechoso? –inquirió.

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Rodé los ojos.

Este era ciego o no tenía un espejo.

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–Al lado de la definición, aparece tu foto, Theodore.

Se soltó de un tirón de mi agarre, con la expresión endurecida. ¿Por qué ahora a todos les bajaba el odio conmigo? O ellos eran unos sensibles o en esa dimensión no eran capaces de apreciar mi humor diferente.

–Entonces, ¿para qué me trajiste? –cuestionó él con voz grave, demasiado mosqueado–. Digo, si soy tan "sospechoso" por el solo hecho de existir. 

–Confío en ti –reconocí de inmediato, un poco avergonzado–. Además, ya dijiste. No puedes dejarme solo porque hago estupideces. Ahora no puedo cometer una. Sería peligroso hacerlo. Vienes a cuidarme. 

Theodore exhaló rendido y pasó su mano por la cara en repetidas ocasiones, como si estuviera dándose ánimos para continuar. Él me había advertido en las últimas horas la pésima idea que era ir a hablar con Dumbledore sobre el tema de los universos paralelos y viajes en el tiempo, pero finalmente logré arrastrarlo en mi plan. Una vez que él terminó de refregarse el rostro, me miró y asintió, dándome luz verde para seguir. 

Observé la gárgola que estaba al frente de nosotros y que ocultaba el despacho del director, procediendo a susurrar la contraseña que el viejo me había dado luego del desayuno: caramelos de limón. Subimos por una escalera de piedra en forma de caracol hasta llegar a una puerta doble de roble, que se abrió de par en par cuando pisamos el último escalón. 

Respiré hondo antes de entrar y tan pronto lo hice, pude divisar al Sombrero Seleccionador en una esquina, algunos artefactos de valor incalculable -mi ojo clínico de coleccionista nunca fallaba-, además de un ave fénix cerca del escritorio del viejo, que ahora estaba afanado firmando unos papeles.

Al sentir nuestra presencia, Dumbledore subió el rostro y su mirada azul nos enfocó por sobre el lente. Una sonrisa extraña se formó en su arrugada cara.

–Señor Malfoy, señor Nott –nos saludó con su clásico tono acogedor–, los estaba esperando. Han tardado bastante en venir a verme. Particularmente el señor Nott, debo agregar. 

Quedamos de piedra al mismo tiempo, pues sus palabras simples habían sido algo más que una indirecta. Eso, sin contar que nos acababa de tratar de "señores".

–¿Lo sabe? –soltó Theodore sin darme tiempo para reaccionar, mientras yo me atoraba con mi propia saliva ante su pregunta. 

Apreté los dientes pensando que había cometido un grave error al traerlo, dada su impulsividad. No obstante, la sonrisa del viejo se amplió, irguiéndose y recargando la espalda en su ancha silla de cuero.

–Lo sé –corroboró, con un guiño.

Me quedé de una pieza, estupefacto. ¿Estábamos hablando de lo mismo, siquiera?

–¿Cómo? –volvió a preguntar Theodore, ceñudo, y yo estaba que le soltaba un puñetazo en la mandíbula para que se callara la boca y dejara de exponernos.

–Bueno, en el caso del señor Malfoy fue más sencillo. De un momento a otro dejó de vibrar y comenzó a oscilar –respondió con simpleza, a lo que Theodore me susurró un"te lo dije" –. En el caso de usted fue más difícil. Se empezó a comportar distinto en tercer año, pero lo que me alertó de que algo no estaba bien, fue cuando a mitad de semestre mató sin explicación a la mascota del joven Weasley. Lamento confesar que en ese entonces entré a su cabeza sin que usted lo notara, aunque debo aceptar que jamás esperé encontrarme con lo que me encontré.

Miré a mi acompañante, sorprendido. ¿Eso fue "lo sencillo" que había hecho para truncar el futuro oscuro del cual venía? era jodidamente simple, pero brillante. Peter Pettigrew, el infame colagusano, había vivido durante años como una maldita rata en su forma animaga, protegido por Weasley al ser su mascota. Nadie se imaginaba el papel clave que ese bastardo estaba desempeñando bajo las sombras para el resurgimiento de Voldemort. Por ello, eliminarlo de la ecuación era la estrategia perfecta para evitar el regreso del mago oscuro e impedir todos los hechos que vinieron después de ello. Aunque uno nunca podía confiarse, y quizás por eso él me había dicho que a veces sentía que no lo había sorteado por completo, que quizás solo estaba dilatándolo.

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Me asombraba lo mucho que se parecían en algunas cosas nuestros mundos.

Y lo distintos que eran en otros aspectos.

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–¿Y por qué no dijo nada? ¿Por qué no me encaró? –reclamó Theodore con los puños apretados, volviéndome a la discusión de sopetón.

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Probablemente se sentía un imbécil. 

Bienvenido al club.

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–No dije nada, es cierto, pero los he estado observando. Verán, mis amigos –añadió, apuntando a una de las tantas pinturas colgadas en el despacho, la cual hizo una reverencia a los visitantes– me mantienen informado de todos sus pasos.

–¿Y no nos hará nada? –logré preguntar, una vez que pude salir de mi entumecimiento mental–. ¿No nos entregará al Ministerio de Magia?

El mago aparentó pensarlo, pero luego negó con la cabeza, apoyando los codos sobre su escritorio y enlazando las manos.

–No de momento. Todo depende de esta conversación –resolvió, y pude notar un brillo suspicaz en sus ojos–. Así que dígame, señor Malfoy. ¿Por qué me pidió esta reunión? ¿Qué necesita saber? ¿Qué desea?

Y como ya mi coartada estaba aporreada en el suelo, humillada sin ser utilizada, no me quedaba más que encarar el tema de frente, no dando marcha atrás.

–Necesito saberlo todo –contesté seguro, con el mentón en alto–. Y lo que deseo es volver a mi realidad. 

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N/A : Hoy no llegué tan tarde. ¡Aplausos para mi! (ok, no). 

N/A 2: ¿Se esperaban esto?

Alter EgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora