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No tuve el corazón ni la cabeza para mentirle.

Así que lanzándome en una cruzada improbable y rezándole prácticamente a todas las deidades para que me creyera, comencé a vomitar mi historia, partiendo casi desde el evangelio y elaborando las ideas lo más ordenadamente posible, mientras rehuía su mirada inquisidora que parecía calarme los huesos y diseccionarme las entrañas. 

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Aunque omití parte de la historia. 

La situación de Theodore y el cambio de su propia línea temporal. 

Y mi desliz con Granger, claro está...

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Ella me escuchaba atenta con las manos enlazadas sobre la mesa, asintiendo de tanto en tanto para animarme a continuar. Entremedio llegaron nuestros refrescos y la comida, pero quedaron encima de la mesa como si jamás nos hubiésemos percatado de su existencia. Para cuando terminé de hablar, con la respiración entrecortada y la garganta seca, bajé la vista aguardando su veredicto. 

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Creo que jamás en mi puta vida había hablado con tanta sinceridad.

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El hielo ya estaba derretido en mi bebida y mi spaghetti frío, hecho engrudo. Apreté la mandíbula y esperé que se riera de mí, o me preguntara por el golpe de la bludger. A esas alturas estaba seguro que, como Granger, ella pensaría que el accidente me había provocado algún tipo de derrame cerebral que alteró mi percepción de la realidad. Pero no. Esa Narcisa Malfoy simplemente tomó su copa de vino tinto y le dio un sorbo, mientras le solicitaba a un mesero que nos calentara el almuerzo otra vez.

–¿No vas a decirme nada? –le pregunté ansioso. Sentía pequeñas hormigas correr por mis extremidades.

Mi "madre" se limpió los rastros de vino de la comisura de sus labios con toda calma antes de responder. 

–¿Entonces te acompaña Granger y Nott en esta búsqueda?

Parpadeé sin comprender en lo absoluto su reacción.

–Eh, sí –esbocé desconcertado–. ¿Eso es lo único que me vas a preguntar? ¿Lo único que me vas a decir?

–Bueno, prácticamente me contaste todo, no hay mucho qué preguntar. Fuiste bastante pedagógico y completo.

Su mirada ya no era gélida, sino suave e increíblemente comprensiva. Mi cerebro estaba corriendo en círculos, navegando entre el impacto de su reacción y el alivio de no tener que aparentar ser la versión de un Draco que no soy.

–¿Me crees? ¿De verdad me crees? –insistí para asegurarme–. ¿No piensas que enloquecí?

Ella se encogió de hombros.

–No veo porqué no creerte. Son muchos detalles para dudar y, si te soy honesta, mi Draco nunca tuvo tanta imaginación –agregó, echándose hacia atrás para pegar su espalda al respaldo de la silla–. Además, siempre me interesaron los universos paralelos. He leído bastante sobre la materia.

Ella calló mientras el mesero volvía a dejar nuestros platos humeantes en la mesa, y me hizo un ademán para indicarme que podía comer, lo cual acaté por inercia.

–Creo que en el diario de tu ancestro Armand Malfoy se mencionaba algo al respecto –continuó, mientras parpadeaba como si estuviera haciendo memoria–. Tú sabes, él era amigo del rey Guillermo I y eso le daba acceso a cosas que el resto de los magos no podrían llegar a soñar, por ejemplo, a textos con encantamientos prohibidos. Por eso habían rumores que jugaba con las leyes de la naturaleza. 

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