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Creo que en mi vida me había sentido tan intimidado por una mujer, pero en esas circunstancias, era completamente comprensible. 

Ella se movía con un ritmo envidiable y desinhibido que me tenía al borde del paro cardíaco, anhelando mis dos dedos de whisky para poder tranquilizarme. Afortunadamente, nadie notó mi cara de pánico, ya que el Gran Comedor estaba convertido en un verdadero caos. 

La fiesta, que en un principio era más aburrida que una clase de Herbología, ahora resultaba ser un reventón, con alumnos eufóricos dándolo todo en la pista, a la vez que otros se tomaban libertades reñidas con las buenas costumbres en espacios públicos.

Por mi parte, traté de adaptarme al son de sus movimientos procurando verme imperturbable, aunque mi saliva brillaba por su ausencia, dejando mi garganta seca y clamando por líquido, el que fuera, incluso agua servía, aunque me oxidara por dentro. 

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Maldición. 

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Ella insistía en invadir mi espacio personal colocándome en aprietos, por lo que traté de desviar mi foco de atención a nuestro alrededor para no caer en sus encantos, notando situaciones sencillamente descabelladas.

Por ejemplo, la chica Weasley se había abalanzado sobre Potter para robarle un beso frente a la novia de este último, mientras su hermano, la comadreja, era abofeteado sonoramente por Lavander Brown, como en una escena de telenovela, ya que al parecer él la había cortado en un arrebato de valentía. Y eso era sólo por contar algunas de las locuras que estaban ocurriendo, ya que todo era un maldito desastre y los profesores corrían en círculos, sin saber qué hacer ni como controlar esa guerra de hormonas. Los únicos que parecían estar disfrutando la escena eran mis compañeros de Slytherin, que tomaban palco con una amplia sonrisa y solo les faltaban las palomitas para acompañar el espectáculo.

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Salvo Parkinson, que se aprovechó de la anarquía para devorarle la boca a ese sujeto de Ravenclaw.

Y yo, que aparentaba la mayor normalidad posible frente a la tentación hecha persona.  

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–¿Todo bien? –me susurró ella de pronto, dejándome turbado con su aliento chocando contra  mi lóbulo, sin dejar de contonearse con maestría. 

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Estaba peligrosamente cerca.

Salazar, ten piedad de mi.

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–Creo que debería hacer yo esa pregunta –contraataqué, haciendo esfuerzos soberanos para que el adulto que llevo dentro me permitiera mantener el control de la situación–. No estás siendo tú misma, y esta vez , no hay alcohol de por medio que lo justifique. Me preocupas.   

Ella rió de una manera intrigante y luego echó su cabeza para atrás para poder observarme de una manera intensa que me estaba desarmando, inhabilitando todos mis escudos con una facilidad apabullante. 

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Soy un debilucho. 

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–¿Y cómo se supone que me comportaría siendo yo misma, Draco? –me preguntó, enarcando una ceja divertida, aunque apreciaba algo de irritación en su voz. 

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Eso era una trampa. 

Maniobras evasivas. 

Repito.

Maniobras evasivas.

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–Granger, ¿qué tomaste? –interrogué derechamente, dejando de moverme para darle seriedad a mis palabras. 

Ella también se detuvo de súbito. 

–¿Y dónde quedó mi apodo, cariño? –reclamó, eliminando la distancia entre nosotros nuevamente, para pasar sus brazos por detrás de mi cuello, movimiento que solo hizo más evidente sus sugerentes clavículas. 

Sus labios estaban de milagro alejados dos centímetros de los míos, y comencé a sentir como se me erizaba la piel y el pantalón me tiraba en la entrepierna. 

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Ayuda. 

Ayuda por favor. 

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–Granger –volví a la carga, tratando de zafarme de su agarre con suavidad para que no se sintiera rechazada–. Dime, ¿qué tomaron? no eres la única que se está comportando de una manera extraña y podría ser peligroso. Podrías estar intoxicada. Debería llevarte a la enfermería.

Ella retrocedió y me miró dolida, apretando los puños con fiereza. Sus mejillas estaban enrojecidas de una manera adorable pero sus ojos parecían fiscales acusándome de un crimen que no cometí. 

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¿Qué estaba haciendo mal? 

¡Solo estaba cuidándola por todos los dioses!

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–¿Por qué buscas excusas para evitarme? –inquirió ella, lo suficientemente fuerte para que pudiera oírla por sobre la música–. Tan solo di que no te parezco atractiva y desapareceré de tu vista –añadió, elevando el mentón de manera desafiante–, después de todo, no te has dignado ni siquiera a mirarme.

–¿De qué diablos hablas? –respondí automáticamente, frustrado, sin poder contenerme ante la estupidez que había insinuado–. Precisamente por eso no te miro, Granger. Esta noche me volaste la cabeza y temo no poder contenerme contigo. No le sigas echando combustible al fuego, ¿quieres? que no puedo darte lo que deseas. No es lo correcto.

Ella pestañeó sorprendida, con los labios despegados, mientras yo me daba azotes mentales por mi desliz verbal. 

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Yo y mi maldita bocota. 

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Noté como relajaba sus manos y dicho afloje se extendía hasta su rostro. De fondo, la música aplacaba un poco los chillidos de la calamidad que estaba ocurriendo a nuestro alrededor, pero tampoco era ensordecedor, ya que el sonido de mis palpitaciones me tenía aislado, enfocándome solo en ella. 

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Y aparentemente, para Granger solo existía yo también.

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Ella avanzó la distancia que había tomado y quedó frente mio, luciendo tan bella como etérea. Su mirada era fascinante, profunda, en una confluencia de decisión y hambre que desconectó todas mis neuronas, botando la última muralla que había construido para protegerla de mi mismo. 

–Tienes razón, sí tomé algo –confesó, acunando mi rostro entre sus palmas–. Y ese algo me da la valentía necesaria para hacer esto...

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N/A: Disculpen lo cortito del capítulo. Como es domingo, la familia primero y no pude sentarme a escribir antes =). 





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