Interludio 5.1 (TN)

338 43 83
                                    

.

Desperté completamente sudado y temblando de tan sólo recordar en mis sueños cómo había sido el último día de mi estadía junto a él. 

Ambos heridos, ensangrentados y exhaustos, corriendo por nuestras vidas hasta que él se detuvo para matar a un par de mortífagos y servir de obstáculo para el resto de nuestros enemigos. 

Una parte de mí todavía no se perdonaba el hecho de haberlo dejado atrás, pero él mismo me había gritado que lo hiciera, que si retrocedía, todos nuestros planes y nuestros esfuerzos habrían sido en vano. Así que le hice caso, con el pecho apretado y los ojos repletos de lágrimas contenidas. 

Me hubiera gustado que sus últimas palabras hacia mí, antes de tomar el Giratiempo, hubiesen sido otras, pero sólo gritó desgarrando sus cuerdas vocales una orden.

 .

"Mata a la rata" .

.

Esa noche me hice del objeto y antes de ocuparlo, encontré en el bolsillo de mi chaqueta la carta que el muy imbécil me había escrito despidiéndose, haciéndome mierda por dentro.

Así, llevaba años en mi nueva forma adolescente, viviendo otra vez esta etapa, pero todavía no podía olvidar todo mi pasado como adulto, el cual estaba tatuado en el fondo de mis entrañas como una bomba de tiempo a punto de explotar. 

Él me había dicho que lo buscara, y en cierta forma lo hice, pero ese Draco adolescente no era igual al que yo había conocido y querido. El dolor había formado a ese hombre que durante mucho tiempo fue mi mejor amigo, no obstante, esta versión joven, por haber evitado los acontecimientos oscuros que vendrían gracias a nuestra intervención, había crecido completamente diferente a él.

.

Y esa versión no me interesaba en lo absoluto.

.

Los años que siguieron a mi llegada fueron solitarios y monocromáticos, pero me propuse seguir adelante y comenzar a vivir una suerte de nueva historia. Mas no esperaba que en sexto año volvería encontrar en esos ojos grises aquella sustancia que había perdido hace tanto tiempo.

.

Era como volver a verlo... 

.

Súbitamente Draco dejó de vibrar y comenzó a oscilar, por lo que fue evidente que algo había cambiado con él. Me traté de convencer en muchas ocasiones de que ese intruso que resultó ser otra versión de Draco, no era a quien dejé por salvar el puto destino del mundo mágico. Sin embargo, parecía que había tenido en su vida hechos que habían formado una personalidad muy similar a la de él. 

.

Y comencé a caer de nuevo como un maldito estúpido.

.

Suspiré y me incorporé en la cama, prendiendo la pequeña lámpara que se encontraba en mi velador. Noté que estaba solo en la habitación y sabía que esto se debía a que el resto se encontraba en una pequeña fiesta privada improvisada, donde todos pretendían intercambiar los correspondientes chismes de la gala. Yo no tenía ánimos ni estómago para eso, así que procedí acostarme a dormir. Pero ahora me encontraba despierto, rozaba las 01:00 de la mañana y aún estaba solo. 

.

Dudaba que Draco se hubiera ido con ellos.

Entonces sólo existía una posibilidad rondando en mi cabeza.

Una que, irracionalmente, no me gustaba en absoluto.

.

Fue entonces que el susodicho se dignó a abrir la puerta encontrándose de lleno conmigo. Su atuendo se veía maltrecho como si hubiera tenido un accidente, pero sus mejillas estaban encendidas, su cabello desordenado y sus ojos brillaban de una forma específica, en el ocaso de la excitación. Al verme pude notar su incomodidad y su vergüenza, por lo que su actitud fue suficiente para darme a entender que mis suposiciones estaban completamente fundadas.

–¿La follaste? –la pregunta salió con un descaro que hasta mí me sorprendió, teñido de un resentimiento mal disimulado.

Sus ojos se abrieron desmesuradamente y luego dibujó una mueca ofendida en su cara. 

–¿Qué? –espetó, rascando su cuero cabelludo–. Pero...  ¡¿de qué mierda hablas Theodore?! Claro que no hice tal cosa.

–¿Follar? –repetí en tono neutral, sólo para fastidiarlo–. Bueno quizás no hiciste eso, pero algo hiciste. Es cosa de verte.

Me miró ceñudo pero no me contradijo. Fue fácil advertir la contradicción interna que experimentaba entre contarme y no hacerlo, hasta que finamente avanzó en silencio hasta su cama y comenzó a desvestirse. 

–No es que sea algo que te competa saber pero sí, algo pasó. Ella me besó  –reconoció. 

–¿Otra vez?

–Traté de negarme pero fue imposible –se trató de justificar, mientras abría su camisa–. Ella estaba muy decidida y este maldito cuerpo adolescente es muy débil. La verdad, sospecho que este Draco joven no está del todo pausado. Me torpedea cuando estoy cerca de Granger. 

No esperó una respuesta de mi parte, ni tampoco me preguntó por el resto de nuestros compañeros de habitación. Sencillamente entró al baño de torso desnudo y se dio una ducha corta, saliendo a los pocos minutos sólo con una toalla amarrada a la cadera. Algunas gotas rebeldes aún caían de su cabello, reposando en sus hombros con una integridad estructural admirable. 

.

Desvíe la mirada. 

¿Por qué tenía tanta sed?

.

–Le dije, Theo –habló él de pronto, con tono solemne. 

.

¿Que hiciste qué? 

.

–¿Qué hiciste qué? –repetí en voz alta. 

–Despreocúpate, no dije nada sobre ti –aclaró, como si eso sirviera de algo–. Sólo confesé de donde realmente venía.

–¿Y por qué hiciste tamaña estupidez? –siseé. 

–Para alejarla.

–Algo que funcionó de maravillas –mascullé con sarcasmo–. Parece que a Granger le gustan mayores.

Me estaba fulminando con la mirada, pero las ganas de golpearlo por hacer esa idiotez, no se me quitaban ni por asomo, y quizás hubiera estado a punto de seguir mis instintos si no hubiera irrumpido Zabini  de una manera escandalosa, afirmándose de la puerta de entrada para no caer. 

Al vernos despiertos, nos miró intercaladamente con una sonrisa pícara. 

–¡Vaya, vaya! –exclamó, ingresando a la pieza y cerrando de un portazo–. Acá la tensión se puede cortar con una galleta de soda... ¿De verdad ustedes no se traen algo?

–Estás borracho –escupió Draco, rodando los ojos y caminando hasta su cómoda para sacar su pijama. 

–Tal vez lo estoy. Pero lo que no tengo es ceguera. 

Zabini avanzó a trompicones y se sentó al lado mío, muy cerca, excesivamente alegre. El hálito alcohólico se pasaba desde su aliento a su ropa, haciéndome arrugar la nariz de asco.

–Ya pues, Theo, cuéntame –rogó, tirando de mi manga–. ¿Te gustan los hombres, verdad?

Yo sabía que me estaba jodiendo y que estábamos a finales de los noventa, pero no pretendía seguir evadiendo sus payasadas. Me tenía realmente harto con sus insinuaciones, así que le respondí con la verdad. 

–Me gustan las personas.

.

.

.

.

 N/A: ¿Aló? ¿Están por acá? 





Alter EgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora