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Sentía que se me iban a caer los ojos mientras me encontraba sentado en ese vagón del expreso, acompañado solo con mis maletas y mi humor de perros. No había pegado una pestaña en toda la noche elucubrando qué hacer y tratando de acallar esa estúpida voz, que no quiso aceptar mi trato de multiplicarse por cero mientras arreglo nuestras respectivas vidas.

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"Estúpido serás tú, maldito anciano".

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–Cierto. Puedes escuchar mis putos pensamientos también. De lujo –rezongué con ironía, derritiéndome sobre el asiento–. ¿Podríamos fingir que no tenemos que convivir las veinticuatro horas? No llevamos ni doce y me quiero pegar un tiro.

El mal nacido no me respondió, así que tomé su silencio como una señal de tregua. Suspirando, me acerqué a la ventana para ver como los alumnos iban de acá para allá con sus baúles y mascotas, ansiosos de volver al hogar y armando planes para verse fuera del colegio.

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¿Y yo?
Yo bien, gracias.
Solo me consume la incertidumbre.
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Tan pronto salí del castillo me vine a parapetar porque no quería ser partícipe del caos y también porque era un verdadero cobarde. Evité olímpicamente a Theodore ya que me acosté cuando él ya dormía y me levanté al amanecer, con mi maleta lista para cuando llegara el tren y abordar primero. Vale agregar que tampoco quería cruzarme con Granger, porque no me sentía capaz de enfrentarla luego de nuestro encuentro nocturno. Honestamente, toda esa extraña conversación de madrugada con el que era mi Alter Ego adolescente me había freído las neuronas. Era un inútil.

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"Lo eres".
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Bufé y cerré los ojos, tratando de abstraerme del mundo. No me sentía orgulloso de que hubiera funcionado mi ardid escapista, de hecho, me sentía en el vértice de la mediocridad como ser humano. Un cagón pusilánime. Un oligofrénico. Un... 

–¿Auto compadeciéndote desde tan temprano? Llevas una cara de enfermo de dos metros.

La voz de Theodore me dejó pegado en el techo por lo imprevisto, elevando mis pulsaciones hasta sentirlas en el tímpano. ¿En qué momento había entrado? ¿Cómo me había encontrado? ¿Me estaba buscando siquiera o todo esto era fruto de mi suerte de antihéroe?

–La imbecilidad no es una enfermedad. Es una condición –esbocé derrotado, girándome para plantarle la cara, aunque aún no podía sostenerle la mirada– ¿Qué haces aquí en todo caso? Pensé que a lo menos me escupirías la próxima vez que me vieras.

–Ganas no me faltan, no creas ni me tientes –me respondió en un suspiro, procediendo a sentarse en la butaca del frente–. Pero yo tampoco fui la mejor persona del universo anoche. Además, te hice una promesa. Si aún quieres que te ayude con la búsqueda del armario, estoy a bordo del plan que tengas. Mal que mal, imbécil y todo, no me eres indiferente. No voy a fingir que no me importa lo que te pase.

–Theo...

–No he terminado –me calló con su palma en el aire, pero a pesar de que no proferí otra palabra, tardó unos segundos en continuar–. Tenías razón –sentenció, esbozando una mueca que no pude identificar bien, pero que parecía cargada de frustración y melancolía–. Estaba celoso. De hecho, lo estoy aún. Te mentí cuando dije que podía compartir.

Asentí sin saber bien qué decir al respecto, es más, se me había olvidado esa "broma" que él había lanzado frente a los usuales comentarios desatinados de Zabini. Maldición. Me sudaban las manos y mi Alter Ego estaba extrañamente callado en mi cabeza.

–Pero eso no es tu problema –agregó al ver que yo boqueaba sin tener claro cómo continuar–. No necesito que me respondas nada. No me debes nada. De mis sentimientos yo me haré cargo y no entran en esta ecuación entre tú y yo. Yo me confundí solo, así que yo solo me des-confundiré. 

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Mierda.
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Theodore estaba frente mío, mirándome con una sinceridad arrebatadora, que por un instante me hizo olvidar el país en que nací. ¿Cómo demonios era tan valiente? En mi vida he sido capaz de expresarme de esa forma, de quedar tan vulnerable frente a otro, tan a merced. Tuve que desviar la mirada al piso e inhalar profundo para recomponerme.

–Quiero tu ayuda –esbocé hacia mis zapatos–, pero es injusto que la acepte.

–La vida es injusta, Draco, pero no por eso dejaré de cumplir mi palabra. Quiero cumplirla. Quiero que vuelvas a Scorpius aunque eso signifique no verte más, no tener más esta versión de ti. 

Sus palabras me generaron un escalofrío que me llevó a levantar la mirada nuevamente, pero él ya no me estaba observando, sino que estaba prendado en la ventana con una expresión pensativa, como si sus recuerdos estuvieran pasando por sus ojos cual fotogramas. Era tan putamente maduro que me daban ganas de pedirle un granito para mí.

–Hace poco me preguntaste cuál era la relación entre el Draco que conocí en el futuro de este mundo y yo. Me preguntaste si éramos amigos, colegas o algo distinto –soltó absorto, mientras su brazos inconscientemente se cruzaban frente a su pecho, como si quisiera protegerse–. Quizás es bueno que sepas que éramos todo eso a la vez. Flotábamos de un lado a otro, pero nunca se le puso nombre a lo que teníamos cuando borrachos cruzábamos la línea de la amistad.

Me lo imaginaba. Es más, ya lo daba por hecho. Pero escucharlo directamente, era completamente otro nivel de revelación.  Algo que en mi propio universo jamás me habría planteado, pero que acá casi se sentía natural.

–Esa es tu respuesta –prosiguió antes de que pudiera elaborar una frase coherente–. Nunca fuimos nada oficial en ese aspecto, pero algo fuimos ocasionalmente, de tanto en tanto. ¿Te molesta?

–En absoluto –comenté sin más–. Lo entiendo.

De pronto, algo extraño sucedió. Theodore soltó una risotada, quizás como mecanismo de defensa, mientras arreglaba su cabello hacia atrás, volviendo a una pose relajada. Sus ojos ahora se tornaron juguetones, vestidos de un "aquí nada ha pasado" tan bien disfrazados, que le daría por segunda vez el Globo de Oro a mejor actuación.

–Perdona que te suelte toda esta información así como si nada. Ni siquiera eres de este mundo, pero creo que merecías una explicación de mi comportamiento, que claramente ya intuías sus motivos pero que estabas evitando abordar.

–Lo estaba –confesé, revolviéndome el cabello también–. Parece que algo que se repite en todas las realidades es que a los Malfoy nos ataca la cobardía en estas materias, o quizás, sufrimos de ceguera emocional. Sea cual sea el motivo, lamento ser un imbécil, Theodore. Y lamento que hayas perdido a ese Draco. Parecía muy importante para ti.  Sé lo que es perder a alguien importante –agregué.
 
Él se encogió de hombros cuando justo en ese momento se abrió nuevamente nuestro privado. Theodore no se sorprendió ni un ápice al divisar quién se asomó por ese marco de puerta, mientras yo percibí como mi mandíbula se soltaba en caída libre al suelo.

–Si me vas a invitar a esta locura, Theodore, mínimo que me digas el número del vagón, sobre todo si me vas a decir el mismo día que partimos. ¿Sabes lo pesado que está mi baúl? Tengo que llevarme los libros para avanzar cuando pueda. No quiero llegar en blanco a séptimo.

Lo vi rodar los ojos.

–Te dije que viajábamos livianos. Vas a tener que dejar atrás tres cuartas partes de tu equipaje en Londres, cuando le avises a tus padres que no te vas con ellos. 

–Ugh, está bien. Pero no transo mis apuntes de preparación para los EXTASIS.

–Allá tú. Salúdame a tus vértebras. Yo no seré el que se joderá la espalda, pero no quiero oír tus quejas. Te las comes.

–El conocimiento no me pesa.

–Y parece que la soberbia tampoco.

Mis ojos seguían el intercambio como un partido de tenis, procesando la nueva información a una velocidad indigna y a una calidad pobre, pixeleada y con audio en midi. ¿En qué momento ellos habían acordado esto? ¿De qué me había perdido? Hasta mi alter ego se sentía tremendamente confundido y hasta un poco, ¿celoso?

Finalmente posé mi atención en él con expresión interrogante.


–¿Qué...?

–¿Qué hace Granger acá? –completó con una ceja en alto, mirándola unos segundos antes de regresar sus ojos a mí–. Yo le pedí que viniera.

Parpadeé estupefacto, observando como ella, como si nada, guardaba su equipaje para sentarse al lado de Theodore, dándole un pequeño codazo para hacerse un espacio.

–¿Por qué?

La pregunta a penas había sido audible, casi al nivel de un susurro, pero él me sonrió, devolviéndole a ella el pequeño codazo.

–Quiero que lo logres, Draco –añadió con voz calma–. Para eso, tal como te dije, necesitarás toda la ayuda posible... Y no hay nadie mejor que Granger para esta aventura.
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N/A: han pasado 84 años...



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