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Berlín no era como esperaba. Si bien en un comienzo encontraba aquellas calles adoquinadas preciosas, luego de una semana y media el sonido de éstas al soportar el peso de las bicicletas zigzagueantes me tenía podrido, especialmente cuando el sol insistía en marcar nuestros cuellos y dejarnos las frentes brillantes de sudor.
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Maldita sea.

Maldito armario.

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Creo que literalmente los pies nos quedaron en la calle, ya que visitamos cada puto anticuario de la ciudad, para estar tan en cueros como cuando comenzamos. Ni una condenada pista. Cero avances. Nada de nada.

–Sólo han pasado diez días, Draco –soltó de pronto Theodore, leyendo a la perfección mi malestar, mientras volvíamos a ese viejo apart hotel que era la única opción de alojamiento en esa época–. Creo que debes bajarle un par de cambios a tus expectativas y subirle el volumen a tu paciencia. Aparecerá eventualmente, ya verás.

Lo miré incrédulo mientras abría la puerta de nuestro departamento compartido.

-Lo dice quien hace un par de semanas me auguraba fracaso rotundo –rezongué, pasándome las manos por la cara, frustrado, en medio de la sala.

Noté que él reprimía una sonrisa mientras se encogía de hombros.

-Ya te dije que no recuerdo haber dicho eso. Y de ser así, no siempre tengo que estar de acuerdo con lo que pienso. Por lo demás, ahí tenía inconscientemente intereses creados. Quería que te quedaras –añadió con inocencia falsificada, mientras me guiñaba descaradamente el ojo. 

–¿Y ahora no? –le seguí el juego por inercia.
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¿Qué diablos fue eso Draco?

¿Acaso le estabas coqueteando inconscientemente?

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–Resignación es mi segundo nombre –puntualizó él–. Aunque mi segundo apellido es tozudez. A veces gana uno o lo otro. Quédate con mi charla motivacional en vez de quejarte tanto. Con ese ceño tan fruncido podría echarle agua y fundar un río.

Un resoplido interrumpió la conversación. Ahí, sentada en el sofá con un libro entre sus piernas, estaba Hermione, fulminándonos con la cara en rictus y una ceja levantada.

–Theodore, en serio, ¿puedes dejar de tratar de ligártelo cinco segundos? –siseó, y tuve que desviar la mirada para tratar de esconder la vergüenza que me dio haberme olvidado de ella–, me haces sentir incómoda e invisible.

Theodore se acercó para sentarse a su lado, pasando la mano por encima del hombro opuesto y apretujarla de un modo amistoso. Aún no me acostumbraba a ese cambio de actitud. Era jodidamente extraño verlos interactuar. Hasta podría decir sospechoso. Invitarla a nuestro viaje, luego defenderla cuando traté de hacerles un white fanging, tocarla con esa naturalidad. ¿Acaso había entrado en otro universo más y ni me enteré?

–Solo estoy siendo yo, querida –le dijo con toda la calma del mundo–. No le subas los humos a este otro, que después se lo cree y no querrá abandonarnos... por cierto, ¿que tantas glosas vas a agregar a ese libro? Llevas dos días sin levantar la nariz de ahí. ¿De qué trata? –añadió, tratando de ojear sus páginas.

Ella le cerró el libro en la cara y se liberó de su agarre, ordenando su cabello con la nariz bien respingada, antes de pronunciar sus siguientes palabras. 

–Estoy apostando en otra realidad, Nott. No me gusta perder. Ganaré aunque no sea yo. 

La miramos confundidos y sin entender ni pizca, pero decidimos que era mejor dejarla en paz. Se notaba que estaba estresada y no podía culparla, nosotros también lo estábamos y no poco. Sin embargo, luego de un instante, ella retomó la palabra con un tono severo.

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