34.

191 27 19
                                    

–Ahora que estamos solos, ¿me puedes explicar qué carajo te ocurre?

Sonaba molesto, se veía molesto. Su ceño estaba fruncido, su boca era una línea perfecta y parecía que se estaba aguantando las ganas de darme un chirlo en plena frente. No lo culpo. Merecía al menos dos. Quizás una docena.

Habíamos aterrizado hace poco en Berlín, ya que aún no contábamos con licencia de aparición, la red flu estaba en mantenimiento y el viaje en tren eran muchas horas de trayecto. Granger estaba haciendo unas consultas con un diccionario alemán - inglés en la mano mientras Theodore me acorralaba para interrogarme como si trabajase para el MI6.

–Desde que te juntaste con tu madre y nos pusimos en marcha, no has dicho casi ninguna palabra –me acusó sin rodeos–, desvías la mirada de ambos y te salve Merlín de rozarnos por accidente. Hablo en serio, te hubieras visto Draco. Casi te faltó bañarte en cloro cuando por accidente tocaste los dedos de Granger cuanto te pasó tu boleto de avión.

Parpadee tratando de no mostrarme afectado, pero demonios, era difícil. Antes de que pudiera inventar una excusa poco creíble, él retomó la palabra.

–Yo puedo aguantar tus idioteces, sé que no te puedo pedir mucho y más aún, conozco a fondo tus limitaciones emocionales, que son prácticamente las mismas que las del Draco de esta línea temporal. Pero ella recién te está conociendo de verdad y con tu actitud tiene un puchero tan grande que en un par de horas se va a tropezar con él.

–¿Ahora te importa ella? –reaccioné, innecesariamente mordaz.

Él bufó y se cruzó de brazos.

–La verdad, no. Pero ella, a pesar de creer que estás demente, te vino a ayudar. Habría que ser muy hijo de puta para no reconocer el gesto y agradecerlo.

Suspiré agotado y bajé la cabeza. Una parte de mí, no soportaba verlo enojado ni le gustaba lastimar indirectamente a Granger con mi indiferencia, pero ¿qué más podía hacer? No quería seguir encariñándome con ese par ni generar más lazos que me impidieran volver con mi hijo.

.

No estoy en mi universo.

Este no es mi cuerpo.

No tengo derecho a estar acá.

Tengo obligaciones.

Tengo que volver.

.


–¿Ya no nos quieres acá? –lo escuché preguntar.

.

Sí. Sí quiero.

.


Te dije que era mejor que yo hiciera esto solo –declaré, forzando la mirada–. Puedo hacerlo solo.

Theodore, haciendo gala de su falta de respeto al metro cuadrado ajeno, como era de costumbre, avanzó hasta que quedó a solo diez centímetros de mi rostro.

–No respondiste mi pregunta –recalcó, siseando luego de un silencio que se me hizo eterno–. Y no, no es mejor, Draco. ¿Honestamente? Creo que solo no llegarías a ninguna parte y lo sabes. Así que esto, tu comportamiento, no es algo de conveniencia, es algo de mera voluntad. ¿Ya no nos quieres en tu viaje de héroe épico o qué?

La lengua se me enroscó dentro de la boca. No servía de nada tener cuarenta años de pelotudo si no era capaz de tomar una decisión entre decirles lo que me anticipó mi madre de esta dimensión y alejarme, alejarme sin explicación, o bien, tirar granadas sobre el fuego y aprovechar su compañía hasta el último segundo, poniendo en riesgo el resultado.

Alter EgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora