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–Llevas una hora ahí, literal.  ¿Estás respirando siquiera?

La voz de Theodore me sobresaltó, sacudiéndome de la ensoñación. ¿Cuánto tiempo llevaba mirando mi estúpido armario? no tenía idea, pero lo más curioso era que, a pesar de que mis ojos estaban posados en el mueble con el fin de buscar algo que usar esa noche, en realidad se encontraban fijos en una pequeña marca en la madera, al costado de los cajones, mientras tenía la mente en blanco, ausente.

Masajeé mis sienes un poco superado y retrocedí sobre mis pasos para caer sentado en mi cama, dejando escapar un jadeo exhausto al echar la cabeza hacia atrás.    

–¿Te das cuenta que acabándose la fiesta, solo dos días y termina el colegio? –esbocé ensimismado. 

¿En qué momento habían pasado las horas que ya era la celebración de fin de curso?  ¿Por qué sentía una punzada de angustia?

–Pensaba que estabas ansioso de que se acabaran las clases para ir en búsqueda del dichoso armario mágico –comentó él con voz neutral desde el marco de la puerta del baño, concentrado en terminar de amarrar su corbatín. 

–Lo estoy, y mucho, pero es una sensación rara –confesé, dejando caer mi espalda en el colchón, tapándome los ojos con el brazo derecho–. Un día estoy celebrando solo mi cumpleaños número cuarenta en plena pandemia global, ebrio como cosaco, y luego estoy acá, despidiendo sexto año en Hogwarts con un baile estudiantil, como un jodido adolescente... No sé, Theo –suspiré sonoramente–, estoy consciente que han pasado pocos días, que llegué para los exámenes y ya, pero siento que ha sido una eternidad. No en el mal sentido, sino muy por el contrario, me he encariñado con esta versión de las personas. Además, acá te tengo a ti...  

–¿Allá no somos amigos? –indagó de inmediato, con una especie de pasmo en la voz.

–Lamentablemente no, solo compañeros. Mejor dicho, ex compañeros. Nada más. Amigos en mi realidad, los puedo contar con los dedos de una mano. 

Escuché sus pasos acercarse y luego pude percibir como el colchón se hundía con su peso, dejándose caer al lado mío. Permaneció en silencio unos segundos antes de tomar mi brazo y sacarlo de mi cara para que pudiera voltear a mirarlo directamente a los ojos.

–Me vas a extrañar si logras volver –aseguró en tono jocoso, aunque la broma no llegó a su expresión facial. 

–Sin duda. 

El movió su cabeza en pequeños asentimientos y llevó su atención al techo, aunque sabía que estaba pendiente de nuestra interacción. Giré el rostro en esa misma dirección y coloqué ambas manos detrás de la nuca para quedar cómodo.  Cualquiera diría que parecíamos mirando las estrellas cuando en realidad, estábamos pegados en un punto café que reposaba y contrastaba con el blanco arriba, probablemente una polilla vieja. 

–Creo que no te lo he dicho, pero mi sexto año fue una bazofia –admití con algo de aflicción–, una verdadera mierda, de esas que uno quisiera olvidar pero que están tatuadas en el cerebro. Hice cosas que todavía me pesan en la consciencia y si bien era un crío ahogado por sus circunstancias, aún no logro perdonarme del todo. 

Tomé un gran respiro antes de continuar. No solía hablar de ello con nadie, pero me era tan natural contárselo que no me sentí incómodo al hacerlo. Por el contrario, apreciaba como la carga se iba disipando en mi cuerpo hasta hacerse más liviana. 

–Tú siempre hablas de lo oscura que era esta realidad antes de que la intervinieras –añadí pensativo–, bueno, la mía no fue una taza de leche tampoco. Es más, estuve del lado incorrecto de la historia la mayor parte del tiempo. Vi morir a muchos y por mi culpa le hicieron daño a mucha gente... 

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