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Una vez que la veo de pie, mirándome con esa expresión de "donde está la cámara oculta", me doy cuenta que la he cagado. 

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Y en grande.

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Un Draco Malfoy de esta edad habría tenido dos posibles reacciones frente al evento. Una, dejarla en el piso y continuar su camino, soltando por supuesto algún comentario hiriente de por medio. La otra reacción, era apuntarla con el dedo y reírme, tanto de su accidente como de sus ojos llorosos e hinchados. Pero no. Mi primera reacción fue levantarla y preguntarle si se había lastimado.

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¡¿Por qué diablos me es tan difícil ser un hijo de...?!

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Retrocedí para darle espacio al darme cuenta del error, comenzando a pensar en alguna pachotada para restaurar el orden del universo. Pero nada. Ninguna idiotez. Ninguna broma cruel resultaba de la sinapsis de mis neuronas. Es que mierda. Había madurado –a palos, pero lo había hecho– y ya no tenía esa forma de pensar tan unidimensional.

Es más, a pesar de que ahora era una chiquilla de nariz roja por tanto restregársela para evitar moquear, mi cerebro no olvidaba que ella era la futura Ministra de Magia y que le tenía un no-confesado respeto. Vamos, es Granger. Heroína del mundo mágico, la bruja más inteligente de su generación, y un sinfín de apodos bien ganados. En resumen, the fucking boss.

–¿Te vas a quedar así, mirándome? –logro articular, enarcando una ceja de manera arrogante–. Me debes un galeón por derechos de imagen, me gasto.

Ella parece reaccionar, pero mi pulla no fue tan "Malfoy" como hubiera esperado. Antes de dejarle tiempo para pensar sobre mi pobre performance, retomo la palabra.

–¿Esos pajarracos eran tuyos? Pudiste volarme un ojo –recrimino.  

Granger mordió su labio incómoda y desvió la mirada. Al parecer, logré evitar que siguiera pensando en mi extraño comportamiento al recordarle el motivo de su lloriqueo.

–¿Problemas en el paraíso? –añado–, porque por lo que escucho, todos están festejando menos tú.

–Ya déjalo, Malfoy. No estoy de humor –contesta, cruzando los brazos sobre su pecho.

Les prometo, no, les juro que estoy intentando comprender en qué escena me encuentro, pero no recuerdo haber visto así a Granger en sexto año, a menos que...

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Oh, cierto.

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Después de la victoria de Gryffindor la comadreja se convirtió en algo así como un héroe nacional y Lavander Brown andaba de pulpo succionándole la cara, dejando un rastro de baba cada vez que estaba con él.

En esa época, como yo estaba preocupado tratando de armar un plan para cumplir con el encargo del Señor Oscuro y salvar a mi familia, no le puse mucha atención a esos hechos, aunque Pansy solía comentarlo de tanto en tanto, con cara de asco cabe agregar. 

Ahora que le doy dos vueltas, lo único que recuerdo era haber presenciado en un par de ocasiones el repugnante espectáculo que era ver a Brown y a Weasley comiéndose de una manera tan torpe que daba vergüenza ajena. Es más, durante dicho periodo el trío dorado no era más que una dupla que iba variando en sus componentes, nunca juntando a Granger con la zanahoria.

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Eso tenía que ser.

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–Me debes un galeón –demandó ella después de un rato, con la nariz en alto tratando de sonar imperturbable–. Yo también me gasto.

Tuve que tragarme una sonrisa ante su salida ingeniosa. 

–Supongo que con el que tú me debes a mí, neteamos, a pesar de que mis derechos son más costosos, por esta vez te la dejo pasar. 

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Y sucedió algo que no presupuestaba.

Se rio.

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Era curioso. Creo que nunca la había hecho reír o, al menos, no tenía registro de ello. 

No es que ella fuese una persona particularmente seria, es más, al lado de Potter y Weasley siempre estaba más que contenta, dichosa diría yo. Sin embargo, verla reír ahora de una manera tan espontánea me hizo sentir un poco miserable, ya que lo único que siempre logré durante el colegio fue fastidiarla, hacerla llorar o incluso, dejar que la lastimaran.

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Mi mandíbula se contrajo instintivamente.

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De adultos nunca se lo dije, pero habían noches en las que aún escuchaba en mis pesadillas sus gritos gracias a mi tía Bellatrix. Dioses. Si todo resultaba mal y debía repetir mi camino, no sabía si iba a poder tolerar nuevamente ese macabro espectáculo.

Súbitamente, tenía ganas de vomitar. Ahí estaba en mi poder hacer las cosas bien, redimirme, evitar un sinfín de males. Quizás, incluso podría impedir la muerte de mi padrino. Pero las consecuencias de alterar los hechos eran insospechadas, y no necesariamente todo terminaría bien. Podía terminar peor. 

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Podría perder a Scorpius.

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–¿Estás bien?

Su voz titubeante me saca de mis demonios y noto cómo me observa con algo de preocupación. Probablemente estaba tan estático y me puse tan pálido, que de seguro se preguntó si estaba respirando.

–Ocúpate de tus propios negocios, Granger, que pareciera que están naufragando. 

Mi siseo suena glaciar, amenazante, y en el reconozco al imbécil que solía ser. 

Me giro evitando volver a enfrentarla y reanudo la marcha, sabiendo que mi actitud de mierda probablemente la molestó. Bueno, al menos olvidará momentáneamente lo que la hacía llorar .

Con ácido corriendo por la boca, me dirijo al armario evanescente que había logrado ingresar ese año a Hogwarts, disponiéndome a seguir con la secuencia que recordaba para esa noche. No obstante, al llegar a destino algo no cuadró de inmediato, dejándome en alerta y preocupado. 

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No habían rastros del armario.

Y parecía que nunca hubo uno.

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