17.

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Llevábamos tres días de falso noviazgo y aún no podía dejar ir el tema, ya que volvía como un boomerang a mi cabeza. Bueno, Scorpius siempre me reclamaba que me costaba superar las cosas y algo tenía de razón.

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Bufé

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Era insólita la cantidad de minutos que le dedicaba a elucubrar sobre qué había hablado ella con el rajado de su  amigo. El famoso Harry Potter. 

"¿Tanto te importa?" Me preguntaba a menudo, a lo cual me respondía también, sin mucha convicción: "No, no me importa. Solo tengo curiosidad".  Eso no estaba tan alejado de la realidad, pues adolecía de esa mala costumbre de actuar como una vecina de barrio a la cual le gusta estar enterada de todo. Nada más...

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¿O sí?

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La miré a mi costado un momento, en silencio. Estaba estudiando un libro de pociones mientras hacía anotaciones al margen. Ahogué una carcajada. Esa muchacha era una bolsa sin fondo de tics. Cuando pensaba, mordía el lápiz cual castor. Cuando algo no le cuadraba, lo azotaba contra el texto, impaciente. Cuando por fin entendía la lógica de la receta de la pócima, sonreía y escribía a un costado con una letra tan pequeñita, que dudaba que posteriormente pudiera leerla.

Ella era en ese momento más concentración que mujer. Y yo básicamente era una planta al lado. Un adorno. La decoración.

Si bien estaba por terminar el curso y ya habíamos rendido todos los exámenes, ella seguía estudiando ahí conmigo en los jardines del castillo, como si no hubiera un mañana, de seguro adelantando el próximo año. Yo la acompañaba leyendo un libro que me había prestado a regañadientes Theodore, aunque no había avanzado más que un par de páginas, ya que hasta la mosca que ocasionalmente pasaba cerca de nosotros me desconcentraba. Eso, y los chismosos de siempre. Nuestros compañeros aún pasaban a nuestro lado mirándonos descaradamente como su fuésemos brangelina en su época dorada, previo al divorcio.

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¿Por qué eres así, cerebro?

¿No se te ocurría una analogía menos farandulera?

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–¿Tengo algo en la cara? –esbozó ella sin mirarme, ocupada en hacer otra glosa en su libro.

Me había atrapado fisgoneando. La desgraciada poseía una visión periférica perfecta. ¿Acaso tenía genes de paloma?

–Solo me preguntaba cuándo me vas a contar qué hablaste con Potter.

Ella exhaló pesado y cerró su libro de pociones de un movimiento cargado de cansancio.

–¿Por qué es tan importante? –se quejó rodando los ojos–. Ya perdí la cuenta de cuántas veces me has interrogado al respecto.

–Porque faltaste a clases –le recordé, enarcando una ceja–. Eso es tan extraño como que algún día yo amaneciera feo. Son cosas dignas de preocupación. Indicios del apocalipsis.

Ella negó con la cabeza, sumamente divertida con mi comparación. 

–¿Celoso, Draco?

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¿Por qué tenía que arrastrar mi nombre así?

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Desde el inicio de nuestra "relación" habíamos llegado a la conclusión que seguir llamándonos por los apellidos era poco creíble para el resto, por lo que había llegado el momento de utilizar nuestros nombres. Ella solía hacerlo constantemente, tanto, que me lo había gastado. Era probable que notase mi incomodidad al oírla pronunciarlo y por ello me torturaba usándolo una y otra vez.

Alter EgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora