32.- La Desesperación del Reino

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Mi padre me encerró por semanas, sabía que debía mostrarme fuerte en los juicios, sin que nadie viera mi fragilidad asique no se me permitía haber abandonado así a mi padre y mucho menos hablarle de esa manera. Pase días enteros en cama recordando una y otra vez lo que mis ojos vieron y el sonido del látigo me despertaba en la noche llorando por mi amado.

¿Podrás perdonarme?

Mi padre intento hablar conmigo, pero siempre que él quería levantarme el ánimo, me lo aplastaba diciendo que el hombre ya debía estar muerto, que viajaron sin curandero que por la gravedad de sus heridas debió morir antes de llegar a su destino por infecciones. Me pedía olvidarme de él, pero claro que no podía si mi mente todos los días pensaba en lo que perdí al no decirle cuanto lo amaba a tiempo.

Pasaron los días y cuando llego la semana donde los Comandantes debían volver, para sorpresa de mi padre, no lo hicieron. Todos sabíamos que no volverían, era mucha la lealtad que tenía con Leo, que era obvio que no regresarían a servir a alguien que le hizo tanto daño a su hombre.

Thion mando la información de lo ocurrido a Liastian a puño y letra de él mismo, pero nunca contestaron, se habían desligado de las responsabilidades de cualquier soldado. Y así comenzaron a pasar días, semanas y meses. En el segundo mes por fin me levanto el castigo y volví a pisar el castillo más allá de mis aposentos. Fue muy nostálgico, pensar que el pasillo que estaba afuera de mis aposentos los recorrí con Leo, me defendió del príncipe del Norte y también había sido la primera vez que nos vimos y cruzamos nuestros caminos. Me sentía tan sola, Bony y Clara estuvieron conmigo, pero ellas nunca imaginaban todo el dolor que sentía asumiendo que nunca lo volvería a ver.

Mi padre se iba desgastando, ¿Qué importancia le daba a la ida de estos hombres?, ¿Por qué no podía levantarse como años atrás? Él no lo demostraba, pero su soledad lo cubría como un enorme gigante, lo escuchaba llorar en las noches, no pronunciaba palabra o nombre, solo lloraba como un niño pequeño, en el día se las pasaba caminando de aquí y allá, hablando entre dientes, con sus puños apretados y su ceño fruncido. Cuando se acercaban sus soldados personales con información se enojaba a un más, no vivía en paz, su mente se pudría a medida que el tiempo fue pasando y los días iban muriendo.

– ¿Laurel?– pregunte entrado a su habitación haciéndoles señal a mis guardias para que se quedaran en la entrada.

–Princesa Helina, él no está aquí, ¿Por qué necesita hablar con él? – pregunto uno de mis guardias viendo que entre sin esperar respuestas.

–Yo...

–¿Princesa? – dijo Laurel llegando a sus aposentos y mirándome sobre mis soldados– Veo que por fin Thion la ha dejado salir.

–Sí, este tiempo es complicado para convencer a mi padre a algunas cosas.

–Se perfectamente que haces aquí ¿Deseas un té de manzanillas?

–Me parece bien. Tenemos mucho de qué hablar.

–¿Con público o a solas?

–Mis soldados aguardaran en la entrada.

–Venga por aquí–dijo entrando y caminando hacia una mesa cerca de la ventana. Había traído consigo un jarrón y me sirvió enseguida el té de manzanilla, para luego servirse él y sentarse frente a mí.

Mire toda su habitación y a pesar, que teníamos personas que limpiaban, sus aposentos eran un desorden. Llenos de papeles, jarrones, cajas, y más, mucho más papeles.

–¿Y qué quieres saber?

–Cuéntame que paso entre Thion y Dalia.

–¿Escuchaste? Pensé que había pasado desapercibido con toda la situación y además que han pasado bastantes semanas.

El Halcón de la Cima del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora