16.- El Poder de una Mujer

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Los días fueron pasando lentamente, la boca se secaba en el mar y se rompían nuestros labios. Estábamos constantemente humedeciéndolos con ungüentos de flores y bebíamos bastante agua, poco a poco el cuerpo se iba acostumbrando a ese vaivén del oleaje, a veces despertábamos bruscamente, pero gracias a los dioses, las tormentas no nos alcanzaban.

Eiric entró en fiebre hace dos días y lo teníamos en una de las habitaciones dentro de mis aposentos. Por la gran exposición de sus heridas, habían tenido que tomar las medidas correspondientes y cortaron 2 dedos de la mano izquierda y uno de la mano derecha. Su cordura pronto callo en la negación de su propia existencia.

–Llegaremos a Cretos en 4 días– decía Leo, podía escucharlo hablar dentro.

–¿Qué haremos al llegar?, Eiric no estará recuperado.

–No, los trabajos de Eiric se repartirán entre todos.

–Leo, tú tampoco estas curado del todo.

–¿Y qué quieres que haga?, ¿Podrá alguien reemplazarme?– alzó su voz.

–El General está bastante alterado estos días– dijo Bony mientras se acercaba con mi vestimenta– ¿Le gusta?

–Trae la otra, un color más vivo– dije al ver la ceda un poco opaca– si mi padre, tal vez si el...– hice una pausa pensando mis palabras. Gran parte de mi quería ayudar los soldados en especial a Leo, pero ¿Cómo?, ¿Qué podría hacer yo para alivianar su carga?– si el Rey hiciera una fiesta, un banquete ¿Creen que a los soldados les agrade?

–Puede que si Princesa, pero no hay muchas mujeres como para satisfacer a tanto soldado– dijo Clara que pasaba la esponja en mi cuerpo mientras mojaba mi cuello en la bañera.

–Mi padre tiene a sus concubinas personales, son muchas.

–Aun así, son pocas Princesa.

–Hablare con mi padre.

–¿Esta?– Bony se acercó con una ceda celeste y me la mostró.

–Esa, está bien.

–Espere, le ayudare a salir.

Me levante de la tina, mientras toda el agua resbalaba por mi piel haciendo cosquillas en mis muslos y entre la mirada de mis mujeres que desde pequeña me cuidaban, me sentía cómoda con sus ojos en mi cuerpo, habían visto como había cambiado, madurado, crecido, tenía la confianza de ellas, y ellas confiaban en mí. Pero no llegue a pensar que la fantasía que algún día deseche de mi cabeza iba a convertirse en realidad y sentí la puerta abrirse sin permiso alguno.

–Leo– dije mirándolo asombrada mientras que mis sirvientas rápidamente me taparon.

–Princesa– dijo volteándose mientras llevaba su mano izquierda a sus ojos.

–¿Por qué no has medido tu entrar soldado?– preguntó Bony molesta.

–Yo– dijo un poco tartamudo– yo...

Sus ojos, aunque el ya no me miraba podía recordar una y otra vez la expresión en su rostro como si volteara una y otra vez a verme, desnuda, mojada y atónita.

–Lo lamento– dijo volteando y bajando su cabeza al suelo– actué sin medirme.

No dijimos nada, solo permanecimos ahí mirándolo, quizás la vergüenza más grande no estaba en ese momento en mi sino en mis doncellas y mi tranquilidad solo era algo que me hacía participe de mis futuras intenciones, intenciones que no traerían nada bueno.

El Halcón de la Cima del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora