52.-Hijo de un Mortal

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Llegamos a Cretos. Había sido una victoria total pero no todos pudieron celebrar. En cuanto tocamos tierra un grupo de soldados sacaron los cuerpos de nuestros heridos y fallecidos. Habían pasado varios días, y todos iban embalsamado para conservar los cuerpos y así no expulsaban olor para sus posteriores funerales. El viaje fue rápido, los vientos estuvieron a nuestro favor y el barco no venía con carga. El resto del ejercito llegaría en los posteriores.

Kurok no salió caminando, se lo llevaron también en tablas de camillas. Estaba delirando y necesitaba con urgencia cortar su mano.

No dije ni una palabra. Llegamos al Castillo y dispusieron uno de los salones del segundo piso para los que necesitaban curaciones. Al fondo de está dejaron el cuerpo de Leo cubierto de mantas blancas.

—¿Está muerto?— entró con rapidez Dalia. No sé detuvo en ningún otro lado más. No sabía que decirle, pero Eiric fue a su lado y cerrado con telares todo el perímetro de donde él estaba.

—Mi Reina, no lo sabemos.

—¿Cómo que no lo saben? ¿Tiene pulso?

—No mi Reina y tampoco respira.

Los escuché hablar mientras me sentaba en una silla. No quería verle la cara a Dalia, por mi culpa, por ir por mi ella había perdido a su hijo.

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No tenía idea que ocurría, pero al pasar los días, había venido a mi mente una corazonada. Leo no estaba muerto increíblemente y a pesar de que no respiraba, ni su corazón latía. Yo sabía que aún estaba vivo, quería aferrarme a esa pequeña pisca de esperanza.

Destapé su cuerpo, saqué una de mis dagas y me aproximé a romperle la ropa que le habíamos puesto. A viva mirada de su madre, que rápidamente apretó los dientes y la mandíbula al verle las heridas de las flechas.

—Sí mi hijo a fallecido ¿Por qué lo has puesto aquí?

—Mi Reina, algo está mal. El color de sus uñas no ha cambiado y tampoco su color de piel, solo está pálido.

—¿No le han hecho un embalsamiento?

—No, y su cuerpo no se pudre.

Rasgue toda la ropa y mientras lo hacía Thiao llegó a mi lado.

—Mi Reina— bajo su cabeza— ¿No ha habido cambios?

—No— contesté mientras le echaba un ojo a la herida de su esternón.

—¿Qué haces?— preguntó Thiao al verme volver a empuñar la daga.

Allí en las heridas estaba puesta mi esperanza. Puse mis dedos en los bordes una de ellas y traté de abrir lo más que pude. Luego introduje la daga.

—¿Cómo eran las flechas que sacamos? Tiene algo duro aquí. Quizás...— dije moviendo un poco la daga y cortando un poco más de piel— la punta de la flecha...

Lo hice y de repente un humo de color celeste iluminando salió de su herida.

—Thicio— susurré.

—¡LLAMEN A LA ANCIANA Y A LOS DEMÁS MÉDICOS!— dijo Dalia alzando la voz— esto debe ser obra de él.

—Helina— escuché la voz de Thion.

Ella también estaba en el salón, se había negado a dejar que la vean a solas y quería estar allí con todos. Miré por el telar y me crucé con su mirada, había una esperanza y no quería anunciar nada hasta estar seguro.

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Miré a Eric estaba intranquilo y luego del grito de Dalia no tardó que la puerta se abriera y entrará 5 médicos y una mujer que reconocí enseguida.

El Halcón de la Cima del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora