42.- Ella

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–Princesa.

–No digas nada Bony– dije enfada mientras me iba directo a mis aposentos, mi pelo aún goteaba. Tenía tantas ganas de llorar, de dejarlo todo. Soy tan estúpida, tan estúpida.

–¡Helina! – sentí la voz de mi padre caminar detrás de mí, pero no me iba a detener.

Llegue a mis aposentos y antes que me alcanzara mi padre o mis doncellas, cerré la puerta con llave para que nadie entrara.

–Princesa– dijo Clara tocando la puerta.

–Helina ¿Qué está pasando? – escuché a mi padre. Luego comenzó a golpear la puerta– ¡Abre ahora mismo!

–¡Déjame sola! Sé que eres el Rey, pero solo quiero a mi padre y que comprenda que no quiero hablar ahora.

–Mujer estúpida, abre ahora. No sabes lo que has hecho, por más que te lo advertí y me desobedeciste, ¡Delante de todos! ¡Dioses! Siempre haciendo problemas.

No quería escuchar a nadie, camine al fondo de mi habitación, me desnude sacando toda la ropa mojada, olía a vino por todos lados, pero no tenía ni las ganas de bañarme así que solo seque un poco mi pelo y me lance de lleno a la cama.

Yo lo había golpeado y él me lanzo el vino tan fuerte como si el líquido se estrellara con mi cara, tenía mojado hasta el interior de mi nariz. No, ya no quiero nada, no quiero verlo, ni escucharlo, no quiero encontrarme nunca más con él. Lo odio, siempre que nos estamos llevando bien pasa algo y volvemos a ser enemigos, quizás el destino lo quiere así. De ahora en adelante él está ¡MUERTO, MUERTO PARA MÍ!

Me dormí mientras seguía escuchando la voz de mi padre, la música del salón entraba aún por la ventana de mi pieza y lamenté mucho el escenario que habíamos dejado.

Al despertar todo estaba oscuro, sentía la soledad en mi habitación, generalmente siempre estaban mis mujeres cerca, pero esta vez agradecí enormemente que no estuvieran. Ya era tarde para pedir un baño, claro que nadie me negaría tal cosa, pero también respetaba el descansar de los demás.

Me levanté con cero ánimos, mi pelo estaba tieso y mal oliente. Volví a tomar un paño mojado y lo pasé por el para que por último no esté tan duro y pueda peinarlo un poco.

Tenía sed y como había dejado afuera a Bony y a Clara no habían venido a dejarme el jarrón con agua como era de costumbre.

–Dioses todo está mal– dije sentándome en la orilla de mi cama.

No quería ir a la cocina y encontrarme con Leo, cuando menos me lo esperaba, el aparecía y conociendo lo sigiloso que era podía estar en cualquier parte.

Pensándolo bien era tonto pensar que el aún quisiera verme, de hecho, así como terminaron las cosas lo más probable sea que no me vuelva a dirigir la palabra y ni siquiera mirarme.

Salí de ahí con cautela, extrañamente no estaba ninguno de mis soldados custodiando mi puerta, supuse que Dalia necesitan la seguridad en otros lados del Castillo y ahora más cuando había muchos reyes en él. Caminé hacia la escalera mirando en cada esquina, tenía solo un enemigo y poco probable que me lo encontrará, sí tratare de pensar positivo.

Y si llegara a encontrármelo pues lo ignoraré completam....

Baje solo tres peldaños cuando alguien me empujó con fuerza, tapándome la boca y cayendo en el descanso de la escalera. Su cuerpo amortiguó un poco el golpe que recibí al chocar con la pared, pero no sabía quién era. Tenía tan sujeto el rostro que ni un centímetro pude voltear, su mano olía a metal, metal oxidado.

Grité haciendo un sonido seco mientras intentaba soltarme de su amarre, pero me sujeto con fuerza.

Leo, pensé en el, pero él no sería tan agresivo, incluso su agarre era tan fuerte que apenas podía respirar y sus manos siempre tenían su olor característico ¿Quién era entonces?

El Halcón de la Cima del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora