Al sexto día del ascenso de Leo, mis hombres aún estaban ajeno a los entrenamientos que empezaban a realizarse en las praderas traseras del Castillo. Mi Padre había mandado más de una ocasión a mis hombres pero yo no lo permitía, hasta que llegó el día acordado, y ese día era hoy.
–Lands, te había mandado a que fueras y vieras.
–Lo siento Princesa, pero no los encontré.
–¿Qué?
–Fui al lugar donde se había informado que se hacían los entrenamientos pero nadie había allí, no puedo darle información.
–Que lastima– dije sentándome– pues será tu culpa, yo ya los he protegido lo suficiente. Si hoy no asisten, el propio Rey vendrá y ordenará.
–Princesa, no se preocupe, nosotros iremos pero aún no sabemos dónde hay que ir -
–Busquen al General o a sus comandantes, ellos deben saber, y por favor, háganlo bien, no me defrauden.
–Si Princesa– contestaron bajando sus cabezas pero enseguida la puerta de mis aposentos fue golpeada.
Ellos se miraron e hicieron lo que tenían que hacer, abrir.
–Soldados– dijo su voz– me presento, mi nombre es Cathal– dijo bajando su rostro– y he venido a buscarlos.
–¿Tu?– dijeron ambos.
–¿Cathal?– la curiosidad mató a la Princesa debía decir esta vez.
–Bella dama– bajó su rostro.
–¿Quién te ha mandado?
–El General, hoy los soldados descansaran por lo que el mismo vera a sus hombres, por lo tanto yo cumpliré con el deber de cuidarla.
–Nosotros podemos cuidarla como siempre lo hemos hecho– alzo la voz Marcus.
–Somos los soldados de la Princesa, no dejaremos que nos reemplaces.
–Solo los ayudaré, me pregunto, después de este día ¿Podrán decir esas mismas palabras?
–Oye tu– dijo Lands agarrando a este soldado del cuello– ¡¿Qué te has creído?!
–Suéltalo– ordené– él solo está cumpliendo con las órdenes de nuestro General.
El rostro de este soldado no cambiaba, tenía una expresión relajada, unos ojos bien abiertos con unas cejas levantadas como si su rostro resplandeciera de alegría o alguna paz que tenía. Parecía un chico pequeño, optimista y tranquilo, además sus ojos verdes hacían de este un simpático rostro. Era la mano derecha del General por algo y eso no incluía su pequeña altura. De hecho si me acercaba un poco más, podía ver que era de mi misma altura incluso un poco más pequeño.
–¿Puedo ir contigo?
–Si Princesa.
–Digo, así estarán más tranquilos mis soldados– el solo movió su rostro y me sonrió.
Bajamos lentamente las escaleras, podía ver que su armadura había sido diseñada a medida, tenía una espada con una empuñadura con dos halcones y unas dagas que amarraba a un cinturón.
–Dime Cathal, ¿Hace cuánto que conoces al General?, digo debe conocerte lo bastante como para que seas su mano derecha ¿No?
–Bastante tiempo Princesa, no recuerdo muy bien que edad teníamos.
–¿Mis hombres deben temer a lo que pasara hoy?
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Ella hablaba con tanta elegancia, era seria, sus palabras eran firmes, no dudaba en decir o preguntar de algo, sin duda, sabía muy bien su posición y podía notar que no era tan distinta a Leo. Se preocupaba de sus soldados y los miraba atrás observándolos a cada rato.
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El Halcón de la Cima del Mundo
RomanceLa historia se centra en dos personajes principales, una Princesa y un hombre que denegó sus títulos de Príncipe para unirse a un ejercito. A medida que estos dos se irán conociendo, la atracción que ambos sienten por el otro los llevaran a pregunta...