27.-Zocim, Diosa de la Fertilidad

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–Princesa no debería hacer esto– dijo Bony mientras me amarraba el pelo en una cola.

–Lo haré, lo intentaré y luego decidiré si realmente sirvo para esto o no.

–Se ve hermosa. No siempre usa pantalón y blusa.

–¿No es cierto? Me siento muy cómoda.

–Debería abrigarse, ¿Dónde le enseñara?

–No lose– dije mientras amarraba mis zapatos.

–Tenga– dijo Clara poniéndome una chaquetilla de cuero con pelo en su interior– se mantendrá un poco más abrigada.

El sol aun no salía del todo, la ciudad había amanecido con una capa gruesa y blanca de nieve. Desde mi ventana, podía ver las antorchas prendidas y como las personas comenzaban a salir de sus casas sacando la nieve de las calles, las carretas se estancaban y la gente se enterraba en la espesa nieve. Sin duda hacia bastante frio e incluso dentro de mis aposentos donde estaba más abrigado, mi boca botaba vapor.

Salí de mi habitación bastante animada, seguida por mis soldados y robándome las miradas de ellos, reí mientras daba saltos de felicidad.

–¿Helina? – dijo mi padre que justo bajaba por la escalera a mi piso.

–Hola padre mío.

–Te ves radiante, ¿Hoy es tu primera clase?

–Sí ¿y sabes? Estoy muy agradecida contigo.

–Agradécele a Leo que tendrá la paciencia de enseñarte, pobre de él.

–¡Papá! – reclamé.

–Fadila– dije al verla detrás de Thion.

–Princesa Helina– dijo y miró a otro lado ignorándome.

–Bien, me iré– dije bajando con rapidez las escaleras y corriendo por el pasillo.

–Princesa espere– dijo Lands corriendo detrás de mí.

Llegue al portal y el clima era bastante frio en comparación a dentro del Castillo, pero no me preocupaba, mis ojos buscaban a mi maestro, pero no estaba en la parte delantera del castillo así que me fui al otro portal y llegue a la parte trasera. Allí estaba Leo con un abrigo de piel que cubría sus hombros y con la cabeza abajo permanecía sentado en un tronco de madera.

–Llegas tarde– dijo bajándose del y soltando una bocanada de aire.

–Lo siento, este helado aquí.

–Lo está. Debes abrigarte más– dijo soltando su abrigo y poniéndome en los hombros– vamos no podemos practicar aquí iremos a los cuarteles, ya arreglé una habitación allá.

–Leo, puedo caminar– dije al ver que se acercaba a un caballo sin ensillar.

–Lose– dijo y mirándome con una sonrisa me tomo de los brazos y me subió al caballo con rapidez– Lo siento– continúo mirando a mis soldados– no traje caballos para ustedes– pego un brinco mientras agarraba el pelo del caballo y monto detrás de mí– ¡YA!

Llegamos con rapidez a los cuarteles, Leo montaba bastante bien, podía sentir su cuerpo completamente apegado al mío y su respirar hacia cosquillas en mi cuello.

–Ten– dijo pasándome una espada de madera. En la habitación había un tronco alto como una persona y me hizo golpearlo una, dos, tres o más veces.

Leo no intento nada más conmigo, se dedicó a enseñarme, la postura, la forma de como mis manos agarran la espada, mis brazos e incluso la forma de poder agachar la espalda. Mientras el me observaba y me iba corrigiendo, me distraían los ojos de los soldados asomándose por las ventanas y los bordes de la puerta. Leo me retaba cada vez que notaba mi distracción. Al final de los días mis manos ardían, y mis sirvientas me las vendaban con agua calientes para bajar la hinchazón, caía rendida a la cama y muchas veces no me daba cuenta cuando quedaba dormida.

El Halcón de la Cima del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora