62.- Princesa que siempre amé

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La música comenzó de la nada, sonreí al ver aquella esquina y esa mujer misteriosa detrás de un manto negro se había ido.

–Mi rey... —dijo un hombre, pero no me representaba aun aquella palabra–. Mi rey –volvió a decir.

Volteé y tres hombres bajaron sus cabezas esperando que yo le entregara la espada y el cetro.

–Sé que cuidaras a mi hija, lamento todo lo que he hecho y lo que te hice –dijo Thion acercándose a mi costado–. Ahora la veré caminar hacia nosotros y no quiero arrepentirme.

Lo escuché y lentamente giré mi rostro hacia él, en cuanto mis ojos se posaron en los suyo el bajó rápidamente la mirada.

–No sé si lo que paso en la isla fue parte de un sueño o realmente lo hiciste, pero sigo siendo el padre de la mujer que hoy tomaras como esposa. Desde este día no quiero problemas contigo, no me interpondré en nada, pero cuida de ella. Helina te ama como tú también me lo has demostrado. Ella puede ser terca y desobediente, pero sé que podrás con ella, aunque me hubiera encantado entregártela inmaculada.

—No hables como si fuera un objeto que perdiera su valor Thion, eso no me importa.

—Esperaba que no hiciera.

Por el medio de la gente, donde estaba la alfombra apareció un hombre con una túnica blanca, en su mano llevaba el símbolo de Zocim y en su otra mano una cinta dorada junto con dos copas. Detrás de él las mujeres de Helina aparecieron con hermosas flores en sus cabellos, llegaron frente a mí y bajaron sus rostros sonriéndome.

El tiempo se me detuvo cuando alcé la mirada, su silueta con un ramo en sus manos, cubierta con un velo mientras daba un paso y otro hacia mí. Como si la música se apagara, como si la gente desapareciera, como si el ritmo de mi corazón llegara a cien y mi respiración fuera lo único que podía escuchar. Ella estaba allí.

Mi hermosa princesa, caminando hacia mí.

Apreté mis labios y tragué una saliva que cayo lentamente por mi garganta. Yo siempre estuve embrujado por esta mujer.

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Leo seguía viéndose tranquilo, no pude evitar ver a Helina entrar, y volver a mirar a Leo. Su pecho subió grande cuando la vió, jamás había visto a mi hombre así, siempre era el hombre rudo, frio, sin emociones, pero allí, delante de todos, la debilidad máxima que tenía aquel rey, fue, era y será siempre la mujer que caminaba por aquella alfombra. Envuelta en un hermoso vestido blanco con pequeñas flores y un velo que no dejaba ver su rostro.

Apreté fuertemente el halcón en mi pecho, sin duda alguna Cathal hubiera estado nervioso y quizás, solo quizás llorando por esta ceremonia que tanto había esperado. Miré el cielo del edificio y sonreí de forma sincera, totalmente genuina, pero llena de dolor.

Thion recibió a su hija con una sonrisa de ojos achinados, luego la gente se quedó en silencio mientras la música bajó un poco el tono. Bendito los músicos que podían seguir tocando de una manera que sus dedos solo acariciaban las cuerdas de los instrumentos.

El hombre que había entrado de los primeros se ubicó detrás de Leo y comenzó la ceremonia de bodas.

–Hoy entrego a mi hija, una mujer hecha y derecha. Criada bajo las enseñanzas de este reino y bendecida por esta tierra. Hoy entrego mi bien más preciado ante los dioses, para que pueda unir en sagrado matrimonio a un hombre que los Dioses han elegido que sostenga su mano –dijo Thion alzando su mano y Leo dando un paso lentamente estiró su mano derecha, ella soltando la mano de su padre, tomó la de él ubicándose a su lado izquierdo.

El Halcón de la Cima del MundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora