CAPÍTLO XLIV

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Natalie se desparramo en el gran sofá de la sala de estar de su casa, mirando con ojos soñadores hacia su adorada silla colgante deseando haber elegido la pieza que era para dos personas en lugar de la individual; si lo hubiera hecho ahora mismo estuviera allí tirada. Luego resopló pensando si debía hacer el cambio, a la par que hurgaba dentro de su bolso para encontrar el celular en medio de todas las cosas que cargaba: libro, lentes, cubiertos, una copa menstrual, ligas para peinarse en caso de necesidad, un frasco de crema para el cabello, maquillajes básicos, papel sanitario, pelota antiestrés (no es que le sirviera de mucho, pero allí andaba), gas pimienta por si algún loco se le acercaba, chicles, paletas, pastillas contra los cólicos, medicamento para dolor de estómago, un limón... ni idea de porqué o para qué, binoculares, cuaderno con la cara de Aarón (ese lo había puesto en la mañana), plumas, sobres de té, termo plegable, ¿Cuerda y cinta?...se preguntó cuando las puso allí y sobre todo porqué... ohhh iba de acosadora, lo recordaba, aunque más bien parecía de secuestradora; después se detuvo cuando sus neuronas casi se desviaron de tema (a propósito) recordando que lo que buscaba estaba en el bolso interno de la chaqueta que traía.

Eran poco más de las cinco de la tarde, y excepto por lo cansada que se sentía jamás se habría imaginado que pasó tanto tiempo en la cafetería; sin embargo, también estaba feliz. No solo por lograrlo a pesar de su ansiedad, sino por el avance que estaba teniendo su proyecto con el club de fans; hacía ya demasiado que no prestaba atención a algo fuera de sus propios asuntos, y esto, más allá de su interés en su inquilino, era un desafío personal así como un reto declarado contra Roland que se había propuesto ganar. Ese engreído no sabría ni que lo aplastó.

Con esto llenando la mayor parte de sus pensamientos mientras revisaba las solicitudes nuevas, así como algunos cuantos mensajes de Jay, fue cuando se topó con los de Nick. Los muchos mensajes de Nick.

Su corazón hizo un alto, y el aire se le quedó atorado en los pulmones por la sorpresa además del salto que hizo Fobos en su estómago. No es que se hubiera olvidado de él, pero lo cierto era que sí. Voluntariamente había evadido por completo la punzada de culpabilidad por lo ocurrido la noche anterior, aunque ahora más por la certeza del repentino cambio en sus sentimientos que por miedo a la confusión.

Ya no había más distracciones ni dudas, Natalie sabía a consciencia que estaba perdida e irremediablemente enamorada de su inquilino en un punto sin retorno; no importaba que fuera gay, que jamás de los jamases fuese a verla como más que una amiga, lo amaba. ¿Cómo se suponía que debía explicarle eso a alguien con quien si tenía una posibilidad, y que estaba allí pidiendo por ella? Ser un adulto responsable era un asco.

Luego tuvo otro ataque de asfixia gracias a que su segundo gathijo decidió que podía acomodarse a un lado de su hermano, prácticamente entre su cuello y pecho; lo que fue demasiado para soportar urgiéndola a ponerse en pie metafórica y literalmente.

Había terminado con su época de autocomplacencia, tenía una carrera exitosa, buenos ingresos económicos, era independiente y no le debía absolutamente nada a nadie; podía hacer de su vida lo que quisiera incluso si eso significaba quedarse encerrada la mayor parte del tiempo dentro de su casa le pesara a quien le pesara; también podía amar a quien se le diera su reverenda gana, aun si no recibía nada a cambio porque era SU amor para dar; y ciertamente no debía rendirle cuentas a nadie, bueno, a casi nadie. A Nicolas Conte por ejemplo si que le debía explicaciones.

Era justo, pero sobre todo, necesario como una muestra de cariño, pues a pesar de que sus sentimientos no fuesen los que creía, todavía era alguien infinitamente importante en su vida al cual no deseaba simplemente dejar atrás. Entendía que su relación, al menos la que tenían estaba definitivamente rota, él ya no iba a seguir siendo su doctor y probablemente luego de que rechazara su propuesta tampoco serían amigos; aún así permitir un corte seco entre ambos era inaceptable.

Como en mis libros...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora