En cuanto Dave vio el coche de policía aparcar al final de la calle del instituto, en la esquina, se aseguró la mochila al hombro y echó a andar, esquivando a los grupos de estudiantes que esperaban a sus padres o al autobús.
Había sido su primer día en el nuevo instituto y, para sus sorpresa, no fue tan incómodo como creyó que sería. Siendo honestos, tuvo miedo, o al menos mientras atravesaba los pasillos hacia el salón de primero de Bachillerato C, pero se le quitó cuando encajó como uno más.
Nadie lo señaló, ni hubo susurros, ni ningún maestro lo hizo presentarse.
Reconoció los brillantes ojos castaños de su padre, en el asiento de copiloto del automóvil policial. Su compañero Urías Garrido conducía.
—¿Cómo te ha ido? —fue lo primero que Ángel le preguntó.
Dave, que se había deslizado en los asientos traseros, dejó la mochila en el suelo.
—Bien —dijo—. Ya he hecho amigos.
Su padre había girado el rostro para mirarlo. Emprenderían el camino de regreso a Comisaría, desde donde se irían en el auto plateado a casa.
—¿Nombres?
—Raúl, Omar... y Yael.
Se había decantado por el Bachillerato de Letras y Humanidades después del terrible fracaso de Ciencias Sociales en cuarto de la ESO. Nunca se llevaría bien con las matemáticas, así que optó por algo que creyó más sencillo.
—Solo somos cuatro —dijo—. Todas las demás son niñas. Pero la tutora ya los conoce y me ha dicho que son buenas personas.
Aunque la mayoría de alumnos venían de años anteriores juntos, él no era un desconocido. Su apellido resonaba en España entera por el caso de Cristina Vallejo, la niña de trece años hallada muerta en un acantilado.
—Si en algún momento no te sientes cómodo, tienes todo el derecho a cambiar de amigos.
Dave asintió, aunque no lo creía necesario. Hasta entonces, Urías, que había estado ignorando los indicativos del radiotransmisor, miró al chico a través del espejo retrovisor.
—Hace mucho que no te veía, Dave.
—La última vez me diste miedo.
Como se había inclinado hacia delante, desde el asiento central, vio a su padre sonreír de lado.
—No fui muy amable, lo reconozco, pero si hubieras sabido que no teníamos motivos reales para detenerte, no habrías venido con nosotros —replicó el hombre, que giró en la siguiente rotonda y se desvió por una calle más estrecha, esquivando el tráfico de la avenida principal.
La última vez que Dave vio a Urías Garrido, el agente de espléndida barba negra que lo interrogó por el asesinato de su hermana, fue en su camino al desfiladero. Una oportuna coincidencia que le salvó la vida.
—¿Todavía me odias? —le preguntó, pero Dave, con su tenue sonrisa, negó con la cabeza.
—Ya lo he superado.
Luego se echó contra el respaldo del asiento; no se había abrochado el cinturón, pese a que a su padre le molestaba que no lo usara, pero Ángel tampoco le llamó la atención: había visto a Dave fascinado con los techos y puertas del coche, y decidió no robarle la ilusión. No olía a vainilla, como el auto de su padre, pero el chico sentía el confort de los asientos forrados.
Se sentía bien que la misma policía lo recogiera del instituto.
Cuando por fin llegaron a casa, después de pasar por Comisaría, a las cuatro menos veinte, y se sentaron a comer, Ángel le preguntó a Dave qué quería por su cumpleaños.
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𝐃𝐚𝐯𝐞 & 𝐉𝐢𝐥𝐥
General Fiction«Dave está sanando. Sabe qué es el amor verdadero, ha aprendido toda la teoría, ¿pero cuánto tiempo le tomará ponerlo en práctica?» * * * Un año después de los juicios legales, se anuncia la sentencia que separará a Dave para siempre de sus agresore...